Federico Álvarez y el elogio del eclecticismo*

Bolívar Echeverría


Federico Álvarez, La respuesta imposible. México, Siglo XXI, 2002.

Federico Álvarez, La respuesta imposible. México, Siglo XXI, 2002.

 

Se trata de un libro engañosamente esotérico. Trata de un tema filosófico muy poco frecuente en las discusiones más famosas y difundidas de la filosofía actual; un tema que al parecer sólo debiera interesar a los especialistas en la historia de la filosofía durante los primeros siglos de nuestra era; un tema que se antoja incluso bizantino, pues no se refiere siquiera a una corriente filosófica identificable, de mejor o peor fortuna a lo largo de los siglos, sino solamente a un modo de hacer filosofía que se extiende casi imperceptiblemente a lo largo de todos ellos; a un procedimiento filosófico que es preciso detectar con cuidado en las más diversas creaciones que se han dado en el discurso filosófico occidental. El libro trata del eclecticismo; es, podría decirse incluso, una especie de reivindicación del eclecticismo. Y el eclecticismo es originalmente una característica de aquel modo de filosofar que fue propio de la, por lo demás, muy poco respetada filosofía de los romanos en los siglos de tránsito de la era precristiana a la nuestra. Usar el criterio propio para elegir y adoptar lo mejor de las más diversas doctrinas filosóficas del pasado y componer, con esos elementos rescatados, después de transformarlos para armonizarlos entre sí, una nueva doctrina, libre de los defectos de las doctrinas originales: en esto consistía el eclecticismo.

  Tema esotérico, si hay alguno, el de revisar el destino de este procedimiento filosófico a lo largo de la historia de la filosofía. Pero sólo engañosamente esotérico, insisto, en manos de Federico Álvarez; porque a él no parece interesarle el tema del eclecticismo en sí, sino sólo como puerta de entrada a un tema que no tiene nada de esotérico sino que por el contrario aparece todos los días en toda práctica del discurso reflexivo contemporáneo, y muy especialmente en la política. ¿Cómo pensar, cómo orientar la reflexión en una situación como la de esta vuelta de siglo, en la que todas las grandes propuestas discursivas de la tradición moderna parecen haber caducado, agobiadas por tareas que desbordan sus capacidades? Esta pregunta, planteada no sólo en general sino muy en especial en referencia a las necesidades de reflexión de la izquierda política, es el marco de problematización desde el que este libro atrapa al tema del eclecticismo, para actualizarlo de manera sumamente original y provocadora, quitándolo de ser el objeto de una preocupación bizantina y mostrándolo como el lugar en el que se juegan las opciones más radicales del pensar en estos tiempos –parecidos a aquellos en los que tuvo su auge el eclecticismo–, de los que no sabemos si son tiempos de un hundimiento en la barbarie o de una reconstrucción, esta vez no capitalista, de la civilización moderna.

Usar el criterio propio para elegir y adoptar lo mejor de las más diversas doctrinas filosóficas del pasado y componer una nueva doctrina, libre de los defectos de las doctrinas originales: en esto consiste el eclecticismo.

  El libro consta en verdad de tres partes: la primera ofrece una presentación erudita del tema del eclecticismo en la historia de la filosofía. La segunda examina casi exhaustivamente el tratamiento, por lo general condenatorio, que los muy diferentes marxismos dieron a este modo del filosofar. La tercera, la más comprometida y original, intenta reivindicar al eclecticismo como una característica indispensable del nuevo pensar, de la reflexión que corresponde a quienes viven la condición posmoderna desde una perspectiva de izquierda, es decir, a quienes la viven no como la descomposición de la modernidad, sino como una superación de la misma, como una transmodernidad.

  El panorama que esboza el primer capítulo, de la presencia de la actitud ecléctica en la historia de la filosofía, está lleno de sugerencias que pueden tener muy largos alcances. Juntar entre sí momentos conceptuales pertenecientes a órdenes de coherencia heterogéneos, incluso incompatibles entre sí, de tal manera que el proceso de juntarlos los transforme sustancialmente bajo el efecto de un nuevo principio de coherencia: de Plotino a Leibniz, el empleo de este procedimiento filosófico, nos lo ejemplifica el autor, ha sido muy frecuente a lo largo de la historia. El caso mayor sería, en mi opinión, el que comienza con San Pablo, Filón de Alejandría y la primera Patrística y que, como dice Federico Álvarez se gesta en ese “hervidero filosófico religioso de los primeros siglos de nuestra era”. Es un eclecticismo que caracterizaría no sólo a unos cuantos autores sino al conjunto del discurso reflexivo occidental europeo, el eclecticismo de la teología, que Heidegger lo ve perpetuarse incluso en la onto-teología de la filosofía moderna. Transformar el mito bíblico introduciendo en él filosofemas griegos o, en sentido contrario, cultivar el discurso filosófico pero con la ayuda del mito bíblico, éste sería el proyecto ecléctico en el que ha estado embarcado ese discurso durante dos mil años. Sus éxitos, sus logros mestizos, han sido admirables, pero inestables y pasajeros: unas veces, como en el Renacimiento, la filosofía pudo devorar y enriquecerse con el mito; otras, como en el Romanticismo, el mito pudo autoalterarse integrando a la filosofía.

  La parte más amplia del libro que presentamos es la segunda, dedicada a examinar el destino que tuvo el eclecticismo en la historia particular de la filosofía marxista. Lo primero que impresiona en los tres capítulos que la componen es la riqueza de posiciones que pudieron surgir en siglo y medio dentro del horizonte epistemológico marxista que los medios académicos oficiales y los mass media suelen presentar como escaso y repetitivo, unitario, baldío y aburrido. Con admirable erudición, Federico Álvarez es capaz de reconstruir diferencias y polémicas entre marxistas, así como encuentros y coincidencias teóricas entre ellos; lo mismo malentendidos que correspondencias, que muestran un paisaje conceptual digno de recorrerse, dadas las lecciones que pueden resultar de ello. Lo segundo que impresiona es la abundancia de comportamientos teóricos eclécticos que Federico Álvarez detecta en un conjunto de autores que se precia de estar, por principio, más allá de todo eclecticismo o incluso de combatirlo decididamente.

El elogio del eclecticismo contenido en este libro es, en mi opinión, el de quien disfruta el pensar a la intemperie, en pleno uso de su libertad, una vez que ha abandonado el regazo protector pero opresor de un sistema filosófico.

  No obstante la importancia de esta segunda parte del libro, la tercera es sin duda aquella en la que el autor arriesga más: la más original, provocadora y sugerente. Con su estilo nervioso, muchas veces apresurado, pero siempre claro y preciso, como el de los ilustrados españoles del siglo XVIII, Federico Álvarez emprende aquí toda una reivindicación del eclecticismo, de un eclecticismo re-definido por él en atención a la situación presente. Se trata de una reivindicación que aparece claramente como un movimiento reactivo, como una vuelta de tintes incluso autocríticos, en contra del menosprecio y aun la condena de los que el eclecticismo ha sido y sigue siendo objeto por parte de todos aquellos discursos filosóficos “fuertes”, en especial el marxismo, provenientes todos del idealismo alemán; discursos que ven ratificada su fuerza precisamente en aquello que los contrapone al eclecticismo, es decir, en su sistematicidad y su capacidad totalizadora.

  La “discusión categorial” que entabla esta parte del libro con las categorías de sistema, totalidad y dialéctica, como categorías respecto de las que el eclecticismo estaría en culpa, son reconocidas aquí a la luz de lo que Jean-François Lyotard, en su libro de 1979, subtitulado “Informe sobre el saber”, describió como la condición posmoderna. La “condición posmoderna” se caracteriza sobre todo por la fatiga, el desgaste, la caducidad de los “grandes relatos” que de manera explícita o tácita han acompañado al ser humano moderno, guiando sus pasos, explicando las causas e iluminando las finalidades de su acción. Sumidas en el desgaste y la fatiga, estas magnas explicaciones del mundo giran ahora inútilmente en el vacío: explican un mundo que queda indiferente ante ellas, encerrado en su enigma. Han dejado así en desamparo al ser humano moderno, lo han vuelto “posmoderno”, esto es, como lo formula Lyotard, en condición de ”no saber responder al problema del sentido”.

  La reivindicación del eclecticismo se presenta como indispensable en un escenario en el que las grandes construcciones de sentido se han derrumbado, agobiadas por la exigencia que pesaba sobre ellas de afirmarse como sistemas explicativos omniabarcantes de lo real. En el lugar que ocupaba la racionalidad uniformizadora y totalizadora de la modernidad aparecen y desaparecen ahora, en un juego plural de entrecruzamientos, un sinnúmero de racionalidades débiles y locales, advertidas de la contingencia de las necesidades que descubren o proponen y ajenas a toda pretensión de vigencia universal. Antes que una corriente de pensamiento, el eclecticismo es una condición del ser humano posmoderno; si quiere afirmarse como un ser reflexivo, tiene que abandonar toda nostalgia de un sistema omniabarcante de verdades y aprender a moverse entre muchas propuestas de sentido, a orientarse entre ellas y a elegir a partir de qué elementos de ellas él puede construir la suya propia.

  El elogio del eclecticismo contenido en este libro es, en mi opinión, el de quien disfruta el pensar a la intemperie, en pleno uso de su libertad, una vez que ha abandonado el regazo protector pero opresor de un sistema filosófico. No se trata, sin embargo, del elogio del eclecticismo definido como una actitud de indiferencia o neutralidad ante cualquier tipo de insinuaciones de sentido, sino de él como una actitud de apertura ante todas esas insinuaciones, pero siempre desde la vigencia en el sujeto de un criterio, una perspectiva o un a priori bien determinados.

La segunda modernidad en la que sueña Federico Álvarez debería ser definida en sus rasgos más elementales, primero y ante todo como una modernidad alternativa a la modernidad capitalista, como una modernidad poscapitalista.

  Federico Álvarez tiene especial cuidado en distanciarse de ciertas teorías posmodernas en las que “hay en efecto una intencionada mezcla de todo, que muchos contemplan como producto plausible de la crisis irremediable de la modernidad”. Son teorías que cobijan “un eclecticismo concientemente indiferente, sin telos ni a priori, un eclecticismo de consumidor al azar o socialmente precondicionado, con una nostalgia de pastiche televisivo” (p. 268).

  El eclecticismo reivindicado en el presente libro es un eclecticismo de inspiración utópica. El a priori que gravita sobre la elección y la síntesis de los elementos sacados de los múltiples universos de sentido es el de la transmodernidad, el de la posibilidad de una segunda oportunidad para la modernidad, en la que la construcción del mundo debería estar regida por la vigencia de la democracia y la justicia.

  Es aquí, tal vez, en este punto decisivo de la propuesta del autor, donde quisiera yo arriesgar una observación crítica: en el problema de la fundamentación de ese a priori o criterio, de esa perspectiva o telos en el ejercicio de la elección ecléctica.

  “Si Dios no existe, todo está permitido” es la frase que confunde al menos dotado de los hermanos Karamasov y lo induce a convertirse en asesino. Lo que no alcanza a entender es que eso “todo” que ahora está solo es caótico e informe, carente de sentido moral, a la luz de la Creación de ese Dios que ha muerto; que, tomado en sí mismo, es un “todo” que sí tiene un sentido moral, que es precisamente el que está dirigido a subvertir el orden dejado en la Creación por ese Dios desaparecido.

  El a priori, la perspectiva de la elección de sentido, pienso yo, nos lo da la marcha misma de las cosas. La vida que se afirma pese a todo en las circunstancias presentes lo hace en negación del modo en que ha venido siendo encauzada a lo largo de la historia moderna. Y toda negación histórica, le gustaba decir a Hegel, es una “negación determinada” por aquello que niega. La experiencia de esa vida presente no es la del derrumbe de la civilización en general, de Occidente en su conjunto o de la civilización moderna indiferenciadamente, sino el de una forma particular de civilización. Su experiencia no es la de un derrumbe general, sin un sentido preciso, sino por el contrario, y aunque sea paradójico, la de un derrumbe portador de sentido, ordenado en su propio desmoronamiento. La modernidad que se viene abajo es la modernidad capitalista; una modernidad que para actualizar sus posibilidades de afirmación y desarrollo debió, contradictoriamente, negarse a sí misma como promesa de abundancia y emancipación. Son los resultados de esta autotraición los que hoy en día amenazan ruina y los que por lo tanto señalan a contrario el sentido de esa utopía a la que se refiere el autor de este libro. Por eso, pienso yo, el primer intento de ese pensar a la intemperie, intento magistral del que apenas comenzamos a aprender, es el de la “crítica de la economía política” que Marx trazó en El capital como primer paso de la crítica implacable de todo lo establecido. La segunda modernidad en la que sueña Federico Álvarez debería ser definida en sus rasgos más elementales, primero y ante todo como una modernidad alternativa a la modernidad capitalista, como una modernidad poscapitalista.

 

 

REFERENCIAS


^ * Bolívar Echeverría, "Federico Álvarez y el elogio del eclecticismo" en Theoría. Revista del Colegio de Filosofía, Núm. 14—15, junio, 2003, pp. 93—97.

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