Modernidad y "blanquitud"

Bolívar Echeverría


Presentación

“Lo humano sólo existe como tal si se realiza en la pluralidad de sus versiones concretas, cada una de ellas distinta de las otras, cada una  sui generis. Anular esa diversidad equivaldría a la muerte de lo humano. Felizmente, esa homogenización es imposible: el mapa de la diversidad humana nunca perderá la infinita multiplicidad de su colorido. La diferencia es inevitable. No hay fuerza que pueda uniformar el panorama abigarrado de las identidades humanas.” Esta es la confianza que subyace bajo toda acción ejecutada y toda palabra dicha desde la admiración por lo humano en medio del universo y con el orgullo de pertenecer a una especie que, pese a su presencia devastadora en el planeta, parece todavía ser capaz de reencauzar su historia y encontrar para sí misma modos de vida que dejen de implicar su autoanulación y la anulación de lo otro como condiciones permanentes de su reproducción. Lo humano se juega en la afirmación de su diversidad, en la resistencia y el contraataque a la dinámica imparable de nuestra época, que necesita consolidar a todos los humanos en una masa obediente, mientras más homogénea, más dócil a las exigencias del orden social actual y su sorda pero implacable voluntad de catástrofe.

  Al parecer serían dos las garantías que sostienen esta confianza humanista: la primera, proveniente del pasado que seguiría activo en el presente y, la segunda, de un futuro que apenas comenzaría a esbozarse en el presente.

  La identidad tradicional, cuyas formas singulares se documentan innumerablemente en las lenguas naturales, en los usos y costumbres cotidianos y en las culturas que las cultivan críticamente, proviene de un proceso de diseño que se hunde en la noche de los tiempos y que la dotaría por ello de un núcleo inexpugnable, puesto a prueba mil veces, capaz de repetirse a sí mismo bajo las más variadas metamorfosis. Nada podría alterarla realmente, ni la prepotencia conquistadora que la aqueja en sus épocas de auge y la lleva a sobresaturarse de elementos identitarios ajenos, ni la sumisión a otras identidades en tiempos de penuria, cuando los humanos identificados por ella se avergüenzan de ella, la deforman y maltratan, y creen poder repudiarla. Transformada, sin duda, pero intacta en el fondo, reaparecería siempre, haciendo burla de todo intento de subsumirla en una identidad global y uniforme. Por otro lado, también el aparecimiento de nuevos individuos colectivos de todo orden, síntoma de la transformación civilizatoria de nuestros días, implica una proliferación de identidades inéditas, dotadas cada una de mayor o menor fuerza y permanencia; proliferación que ofrecería una resistencia innegable al totalitarismo de la identificación uniforme que se impone desde el funcionamiento del aparato productivo diseñado en la modernidad capitalista.

  La argumentación principal de los textos reunidos en el presente volumen intenta problematizar la confianza humanista en estas dos garantías de la pluralidad indispensable de lo humano, averiguar las razones que parecen llevar a ese poderoso impulso moderno dirigido a la identificación homogenizadora de lo humano a esquivar las resistencias que le presentan las identidades naturales, sean ellas tradicionales o inéditas, y a imponerse sobre la tendencia centrífuga y multiplicadora que ellas traen consigo.

  La blanquitud –que no la blancura- es el rasgo identitario pseudoconcreto destinado a sustituir la ausencia de concreción real que caracteriza a la identidad impuesta al ser humano en la modernidad establecida.

  La maquinaria aparentemente perfecta de la producción de la riqueza social, que en la modernidad se configura como un proceso de acumulación de capital, tiene sin embargo un defecto de estructura: descansa en un parasitismo singular; está diseñada de tal modo que en ella el huésped, que ha subordinado completamente al anfitrión, debe cuidar ahora de que éste último no se extinga; es un cyborg invertido, en el que la parte mecánica no viene a completar sino que es completada por la parte orgánica, sin la cual no obstante le sería imposible funcionar. El capital necesita que los agentes de su acumulación, que en principio podrían ser robots carentes de voluntad propia,  posean y reproduzcan al menos un mínimo de esa facultad exclusiva de los humanos, puesto que en el fondo es la succión que hace de ella lo que a él le mantiene en vida. Cómo construir una identidad humana en la que la voluntad libre y espontánea se encuentre confundida e identificada con esa tendencia irrefrenable a la valorización de su propio valor económico, que late en él con la fuerza de una “voluntad cósica”, artificial. La solución a este problema sólo pudo ofrecerla un tipo de ser humano cuya identidad es precisamente la blanquitud; un tipo de ser humano perteneciente a una historia particular ya centenaria pero que en nuestros días amenaza con extenderse por todo el planeta. La blanquitud no es en principio una identidad de orden racial; la pseudoconcreción del homo capitalisticus incluye sin duda, por necesidades de coyuntura histórica, ciertos rasgos étnicos de la blancura del “hombre blanco”, pero sólo en tanto que encarnaciones de otros rasgos más decisivos, que son de orden ético, que caracterizan a un cierto tipo de comportamiento humano, a una estrategia de vida o de sobrevivencia. Una cierta apariencia “blanca”, que puede encontrarse extremamente quintaesenciada,  es requerida, por ejemplo, para construir la identidad ideal del ser humano moderno y capitalista, que es en principio ciega a los colores: para definir su blanquitud. Una apariencia que no elude ningún desfiguro, ninguna distorsión de la blancura, si gracias a ellos contribuye a demostrar a escala global la intercambiabilidad impecable de la voluntad libre del ser humano con la “voluntad” automática del capital y su valor que se autovaloriza.

  Los cinco primeros capítulos del presente volumen preparan y ponen a prueba este concepto de blanquitud. Los tres últimos, en cambio, están dedicados al tratamiento de una identidad moderna completamente diferente, la identidad barroca, frecuentada sobre todo en la América latina y particularmente en México. En polémica con E. O’Gorman, las “meditaciones” sobre el barroquismo que se incluyen aquí intentan mostrar que el “nuevo Adán”, el criollo iberoamericano, lejos de ser el sujeto de la historia del mestizaje, sólo es una respuesta a una “sujetidad” que comienza a esbozarse en la peculiar manera que “se inventa” la población indígena vencida de sobrevivir a la gran devastación. Entre los dos grupos de capítulos, el libro contiene además dos excursos conectados con la historia de la modernidad: uno que aborda el destino del arte en la “época de la actualidad de la revolución”, donde se examina el aparecimiento de las vanguardias artísticas en la anterior vuelta de siglo y se comenta la tesis de W. Benjamin sobre la obra de arte “post-aurática”, y otro que reexamina el concepto de Izquierda política a la luz de una relectura del existencialismo de J.-P. Sartre.1

 

REFERENCIAS


^ 1 El autor quiere dejar constancia de la importancia que ha tenido el Seminario Universitario sobre la Modernidad en la gestación de los textos reunidos en este libro. Sin este espacio de reflexión abierto generosamente por la UNAM y funcionarios de ella como el Rector José Narro y el Secretario General Enrique Del Val, la problematización pública de temas aparentemente alejados de las urgencias inmediatas de la vida, como los que se abordan aquí, resultaría extremadamente difícil, si no es que imposible

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