Ziranda

Reseña*

Gustavo García Conde


Gustavo García

Ziranda es un libro hecho a cuatro manos en la medida en que conjuga el trabajo filosófico de Bolívar Echeverría y el del artista Alberto Castro Leñero. El libro se acompaña de casi una treintena de imágenes trabajadas por Alberto Castro Leñero en un diálogo con el texto de Bolívar Echeverría. El artista entabló un diálogo con el autor ya fallecido, no sólo a través del contenido del texto, sino también a través de las películas que Bolívar Echeverría hace con motivo de su reflexión en varios de los aforismos. El resultado de este esfuerzo fue una treintena de imágenes coloridas con las que el lector entablará un diálogo disruptivo con el artista, del mismo modo que lo hará con el filósofo a través del texto.

 

Monadología

Lo primero que llama la atención del libro es que se trata de un texto que trabaja a partir de aforismos largos lo que hasta este momento no había sido una forma de discurrir propia del autor, quien se había apoyado en al menos tres formas básicas de la escritura: primero, en el texto académico, más propiamente expositivo y problematizador, lo que encontramos claramente en sus primeros textos, por ejemplo en El discurso crítico de Marx; segundo, la escritura de tesis, esa forma de reflexionar que condensa, sintetiza y que consiste en postular, de modo que cierra un punto a tratar; y, tercero, el ensayo como una tentativa de asir un tema, un intento siempre fallido por irresoluble, pero cuyo valor radica en su capacidad de orientar por nuevos rumbos de problematización.

En Ziranda encontramos una forma diferente del discurso filosófico de Bolívar Echeverría que implica no solo una forma de narrar y tramar sino además una intención distinta, propia de aquel que no pretende solo exponer, postular o reflexionar sino embrollar pero también dejar en libertad y —¿por qué no?— divertirse con su lector a la vez que éste hace lo mismo con las divagaciones que le provoca el autor.

Bolívar Echeverría escribe unidades de pensamiento, que se cierran para luego interrumpirse de nuevo; son guiños, tentativas, fragmentos que se incluyen dentro de un todo, y que abordan diferentes formas de asir la modernidad y sus múltiples contradicciones.

A esta forma de la discursividad puesta en práctica en Ziranda se le ha denominado aforística. No sabemos si el aforismo sea la intención, pero también el nombre es lo de menos.

A mí me parece que Bolívar Echeverría escribe unidades de pensamiento; pensamientos que se cierran, para luego irrumpir de nuevo, para fracturar; son guiños, tentativas, fragmentos que se incluyen dentro de un todo, y que abordan diferentes formas de asir la modernidad y sus múltiples contradicciones. Estas unidades de pensamiento son parecidas a lo que Walter Benjamin llama monada, la que según Benjamin es “un pensamiento que se para de golpe en medio de una constelación saturada de tensiones”, que hace saltar un curso homogéneo y que abre una potencialidad revolucionaria.

Al respecto escribía Leibniz sobre las monadas: son autosuficientes, son pensamientos simples, pero justo por eso solo se entienden en un todo; como la constelación de la que a su vez habla Benjamin. Pero esta constelación no la vendrá a completar el conjunto del corpus teórico echeverriano sino el lector: sus intereses personales y sus propios peligros que atraviesa como lector, su situación, pero también el momento en que el texto sea leído, las circunstancia históricas y políticas, más aún si el lector revisa el texto a la luz de un peligro y si es que logra ver en estas monadas echeverrianas una oportunidad revolucionaria.

 

Ziranda como un arte-objeto

El arte, según Castro Leñero, tiene que ver con la poética, la trascendencia y el misterio. Ziranda debe ser leído, comprendido y tratado como una obra de arte, como un arte-objeto. En esto sigo fielmente a Isaac García Venegas, autor de esta propuesta de lectura. Ziranda es un objeto que es artístico no sólo por producir una experiencia estética sino sobre todo por ser poiético. Por ello, si tratamos a este texto como un arte-objeto, debe entonces ser leído como lo que es, como una obra de arte, como un objeto que propicia la imaginación poética, la trascendencia del receptor y la revelación de un mundo oculto en la obra. Es, pues, un lugar al que no se acude para respuestas, sino para plantear dudas, y, así, dar lugar a la incertidumbre, a la apertura y a lo disruptivo.

El arte es el territorio de lo que Jorge Juanes insiste en llamar el individuo autónomo. Y cuyo objetivo último es procurar la emancipación humana en la posibilidad del individuo de reinventarse, en el desafío de convertirse en una segunda presencia de sí mismo.

Ziranda parece más ligada al terreno de lo artístico. Considerada como una obra de arte, el libro tiene ciertas características propias del arte. Puede decir, en primer lugar, que exige otro tipo de racionalidad tanto para su autor como para su lector, dando paso a la imaginación. Tiene la característica de que es autosuficiente: se basta a sí misma. El lector puede prescindir del esfuerzo —incluso sería deseable evitarlo— por hacer caber el texto en el marco de la obra del autor. Tampoco es necesario el marco contextual y referencial del que otras obras necesitan para ser descifradas. El horizonte de interpretación es el del lector.

Como buen pensador de la modernidad, Echeverría apuesta por la apertura como forma de la subjetividad moderna. Esta obra incide en su lector por su carácter divergente, pues su fuerza está en jalar a los extremos; no es una obra concéntrica; produce una actitud inmediatamente reflexiva, que incluso puede ser incómoda, pero que produce una demora necesaria en su lectura, le exige un alto para poder irrumpir en su cotidianidad. Es por ello una obra lúdica en la medida en que produce un re-creación en su lector: lo invita a convertirse en una segunda presencia de sí mismo. Y esta una característica de todo arte, producir una transmutación no solo en lo representado sino en el receptor.

 

El autor

Visto desde el autor, es un texto que es disímbolo dentro de la obra general de Bolívar Echeverría. Esta forma de escritura le permite hacer cosas nuevas; pero también exige del autor un esfuerzo diferente de reflexión. Por ello, el autor se disloca. Busca una forma de expresar aquello que las otras formas de escribir, tramar y argumentar no le permiten.

Al igual que lo hiciera Th. Adorno con su Minima moralia, el libro está escrito en actitud de contemplación. El autor busca primero aislarse reflexivamente; para solo después comunicar. Esto es así porque estos pensamientos buscan romper o desarticular aquello que su autor podría efectivamente plantear en otro tipo de texto. La intención del autor es diferente está vez: más que aportar elementos para la problematización de un tema, pone un reto a su lector y lo compromete en la actividad de descifrar y construir un texto y, aún más, un problema. Esta escritura también le permitirá al autor dar lugar a la ironía y a la mordacidad que le caracterizaban, sin faltar lo lúdico, por supuesto, pues el autor juega con su lector al tiempo que éste se divierte consigo y de sí.

 

La obra

Las imágenes en su totalidad están creadas en un diálogo con el texto. Y a su vez, los pensamientos pueden ser leídos tal y como trabaja el propio artista Leñero, como fuerzas que inciden en la energía, en la materia, como si fueran piezas que se recomponen y que inciden en el pensamiento. Es por ello que en el texto hay (re-)creación y juego, en suma: la libertad que confluye y que conforma la sintaxis con la que debe ser leído el texto. Este libro aparece como una presencia dinámica, como si fuera una escultura que está ahí para ser descubierta en el movimiento o cuyo movimiento está ahí para ser descubierto. Es por ello que el libro no está para terminarse, en el sentido de llegar al último aforismo y por fin cerrar el libro, sino, al contrario, el libro está para dejarlo, y mientras tanto reposarlo y demorar en él para dar lugar a la rémora del pensamiento, y luego, más tarde, volver a él, retomarlo.

 

El lector

Ziranda es una obra de arte que, como toda obra de arte, sólo puede ser completada por su receptor, quien viene a darle sentido específico, a escribir sobre ella no la última palabra sino una palabra posible.

Ziranda es una obra que, como toda obra de arte (y dicho sea sin pretender caer en un lugar común) solo puede ser completada por su receptor, quien viene a darle el sentido específico, a escribir sobre ella no la última palabra sino una palabra que es solo posible. El texto de Bolívar Echeverría solo puede ser leído con el propio sentido que le imprime el lector, y, aún más, es una obra a la que el lector se integra.

Ziranda es una obra que solo puede ser terminada hasta que es interpretada por su lector. Esta obra, a diferencia de alguna otra, no solo del mismo autor sino también a diferencia de muchas obras de otros autores que están fuertemente vinculadas a ellos y a su contexto, tiene la capacidad de autonomizarse de su autor y en cierta medida también del horizonte de interpretación común a él.

Como muchas obras de arte, el texto de Ziranda depende fuertemente del alma de su lector, de su persona, no de la intención que su autor pudo haber impreso ni de su conocimiento sobre tal o cual tema, sino que sobre todo porque, en la medida en que ella misma fue cifrada por su autor para ser multívoca y poliédrica, su sentido es sumamente rico, complejo, inacabado y caótico, dando lugar al activo, cómplice. Es, pues, lo que Umberto Eco llamada una obra abierta.

En Ziranda es el sujeto lector-autor quien reordena el sentido de la obra. En ello se parece mucho a Rayuela de Cortázar, porque puede ser leída en cualquier orden; pero a diferencia de ésta su trama no depende del orden, sino porque el sentido es dado por el lector en cada uno de sus pasajes. De modo que con Ziranda el lector tiene a la mano la experiencia de ser traspasado por esta otra realidad que es la imaginación, su imaginación. Así, la obra depende del lector, de su disposición, de su estado de ánimo, del momento histórico en el que el texto sea leído.

Y con esto, la obra es más cercana al arte literario que a la reflexión filosófica, pues además de estar más allá de una interpretación correcta, da lugar a lo que la literatura tiene como propósito: las divagaciones. Una vez que el lector ha dejado atrás en el tiempo la lectura de los aforismos, no obstante estos siguen actuando en él con posterioridad. Las divagaciones son las imaginaciones producidas por la imaginación y la memoria; y son por completo independientes de la intención del autor, pues son resultado de la psicología del efecto del lector. En las divagaciones se infiltra el aspecto más delicado de la persona pero que conforman su interpretación de un texto, es decir, su personalidad y su psicología, abriendo paso a la subjetividad individual.

 

 

REFERENCIAS


^ * Gustavo García, "Ziranda (reseña)", presentación del libro de Bolívar Echeverría, Ziranda, prólogo Isaac García Venegas; Alberto Castro Leñero (ilustrador), Era, México 2019; en el Coloquio Internacional. Discurso crítico y blanquitud. Bolívar Echeverría (1941—2010). In Memoriam; organizado por el Seminario Universitario de la Modernidad: Versiones y Dimensiones, 28 y 29 de octubre de 2020. Agradecemos al autor habernos proporcionado este texto para su publicación en este sitio. Publicado bajo una licencia Creative Commons 2.5: Atribución—NoComercial—SinDerivadas.

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