Entre la barbarie y la utopía
Un diálogo con Bolívar Echeverría*

Entrevista a Bolívar Echeverría


La liebre ilustrada, Suplemento de Hoy, núm. 101, 2 de noviembre, 1986.

Bolívar Echeverría se fue hace muchos años del Ecuador y se radicó en México. De allí venía con cierta regularidad, echaba su discurso magistral y se volvía a ir. Ese estar de paso le fue permitiendo adosarse una sonrisa de oreja a oreja, como quien mira los toros de lejos. Allá fue diferente, se embarcó en el debate filosófico, dicen las lenguas que fue asistente del célebre marxólogo Sánchez Vásquez y ahora es profesor universitario de la UNAM, que es parecido, multiplicado por varias veces, al precario oficio de ser profesor de la Central.

  Esta vez llegó con una novedad: su libro, un texto que había esperado buen tiempo y que ahora aparece en el sello Ediciones Era, uno de los mayores en nuestra lengua en materia de ciencias sociales.

  El libro de Echeverría se titula El discurso crítico de Marx y es, al mismo tiempo que una sesuda reflexión sobre El Capital, un polémico texto sobre los marxismos, o las versiones contemporáneas del discurso de Carlos Marx.

  Y como nos aseguró que el libro llegaba al Ecuador en estos días, le cometimos a preguntas y sus respuestas fueron, polémicas.

  -Afirmas en las primeras páginas del texto que el discurso de Marx, según la circunstancia, ha dado pie a sinnúmero de versiones. Su nombre mismo ha sido "disputado" y las diferentes corrientes pueden llegar o no –afirmas– a tener en común más que algunos retazos de teoremas o incluso menos…

  Por marxismo tenemos que entender un nombre bajo el cual se cobijan cantidad variada de fenómenos teórico-ideológico-políticos. Retomemos una clasificación cómoda: el de los países del "socialismo real" y los marxismos de Occidente.

La marcha de la historia contemporánea sólo puede entenderse como un proceso inconsciente y dominante: la dictadura del capital, un proyecto destructivo de los hombres y destructivo con respecto a la naturaleza.

  En cuanto al primero, se trata de un apartado doctrinal destinado a justificar el detenimiento de una revolución. Una doctrina dogmática constituída por cuerpos doctrinales –el materialismo histórico, el materialismo dialéctico, etc.– y destinados a presentar los resultados difícilmente alcanzados, positivos, sin duda, como si fuesen el camino hacia la realización de "la sociedad de hombres libres" anhelada por Marx. Un aparato dogmático que la población lo percibe como un inmenso conjunto de mentiras, como la doctrina tan aborrecida como entre nosotros lo era el catecismo católico en las épocas de la revolución liberal.

  -¿Esto ocurriría por igual en todos los países del área socialista?

  Hay diferencias entre los países, entre los más disciplinados, la vigencia del dogma es más férrea y su rechazo mayor. En países de menor tradición industrial o características culturales históricas menos burguesas, este tipo de marxismo no es tomado tan en serio. La vida cultural –como en el caso de Cuba– puede moverse con relativa apertura sin que, por ello, deje de constituir el dogma, a un cierto nivel, una camisa de fuerza. En Cuba se dio un intento de practicar un marxismo diferente que fue lentamente ahogado.

  -Entre tanto, ¿los marxismos de Occidente?

  Se podrían distinguir tres posiciones típicas: una imagen de derecha, la que ve en el marxismo la negación total de lo existente, de la vida actual; como una doctrina satánica. En un sentido, esta imagen sería la más conforme con la sustancia de negación radical de la historia oficial de Occidente propia del marxismo. Una visión de centro que se concretiza, por una parte en una vertiente de centro derecha y que en fin de cuentas apuntaría a aprovechar aquello del marxismo que permita el perfeccionamiento del mundo burgués, el rescate de un conjunto de mecanismos de dominio que se han desgastado ya; y otra de centro izquierda, social-demócrata, que propugna una transformación progresiva y limitada de las estructuras con una vaga idea de las posibilidades de transformación radical de la sociedad.

  Finalmente, una visión de izquierda en la que el marxismo aparece como la versión de un proyecto de transformación radical del mundo moderno. Representa un aporte a la definición de qué es lo que hay que cambiar y en qué sentido.

  -¿Qué significa tu libro de ese contexto, ¿qué refleja?

  Se inscribiría dentro de esta visión occidental y de izquierda del marxismo y no lo abordaría en su conjunto como el fenómeno histórico-social, sino sólo en su origen conceptual: la obra de Marx y dentro de ella los aspectos más esenciales del discurso marxista.

  -Pero desde las primeras páginas de tu libro, se habla no sólo de los distintos tipos de marxismo, sino que se recuerda una desgarradora sentencia de Rosa Luxemburgo: o el mundo adopta el difícil camino del socialismo o se hunde en la barbarie. Una barbarie pensada como una forma de llamar a las catástrofes, las masacres de nuestra época, una barbarie que tú la defines como "una vida social cuyo transcurrir fuera el discurso de un idiota, lleno de ruido y furor y carente de todo sentido..."

Si la vida política es la posibilidad de esbozar una autodefinición por parte del sujeto social, libre de la dictadura del capital, el proyecto revolucionario no sería una utopía.

  De acuerdo con Marx, la marcha de la historia contemporánea sólo puede entenderse como un diálogo con un proceso "inconsciente y dominante": la dictadura del capital, la dictadura de la irracionalidad social, encaminada a organizar el mundo para efectos de la difusión y fomento de la acumulación y expansión del capital. Un proyecto destructivo de los hombres, en la medida en que sólo los puede reproducir condenando a una parte de ellos a la inexistencia y liquidación; y destructivo con respecto a la naturaleza porque ve en ella sólo el pretexto para la creación de una riqueza que provendría del trabajo humano como valor y no como medio de la armonización de la vida humana con la naturaleza.

  Para el marxismo la resistencia de la clase proletaria concebida en el siglo XIX, era el intento de invertir el sentido de esta historia destructiva comandada por el capital. El crecimiento del movimiento obrero a fines de siglo parecía garantizar la posibilidad de dicha inversión. Pero desde 1914, con altibajos hasta la Segunda Guerra, la historia de este proyecto anti-burgués fue de fracaso en fracaso. La dictadura del capital, por efectos de este paulatino desgastamiento del sujeto revolucionario proletario, ha podido fortalecerse hasta grados que ni Marx podía preveer.

  

¿Es posible, frente a ellos reivindicar un proyecto revolucionario? ¿No se trata de una utopía? Bolívar Echeverría concluye su diálogo con La Liebre ilustrada defendiendo una posibilidad. "Si la vida política –afirma– es la posibilidad de esbozar una autodefinición por parte del sujeto social, no se trataría de una utopía."

  Y tales esbozos, un sinnúmero de esfuerzos de resistencia desarticulados pero sumamente vitales, estarían, a juicio de Echeverría presentes en el mundo, prefigurando «un futuro libre de la dictadura del capital... Y el marxismo sería su portavoz».

 

REFERENCIAS


^ * Bolívar Echeverría, "Un diálogo con Bolívar Echeverría. Entre la barbarie y la utopía" en La liebre ilustrada, Suplemento de Hoy, núm. 101, 2 de noviembre, 1986, p. 8.

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