En este número

Bolívar Echeverría


Revista Cuadernos Políticos núm. 52, México, D.F., editorial Era, octubre-diciembre de 1987.

La vida política de las sociedades modernas debe su dinámica más profunda a una contradicción que le es constitutiva, la que se da entre la identidad evidente de estas sociedades como naciones, es decir, como comunidades de ciudadanos-propietarios, animadas por las distintas empresas históricas de las Estados capitalistas, y la identidad fundamental de las mismas como comunidades “naturales”, es decir, (retrospectivamente), como proto-naciones o conjunciones singulares de sujeto y objeto en la producción y el disfrute: condensaciones etno-geográficas irrepetibles del pueblo y país, de cultura y región, de lenguaje y paisaje.

  La relación entre nación y comunidad “natural” es necesariamente conflictiva porque la primera sólo existe en la medida en que se constituye como metamorfosis forzada —que debe renovarse continuamente— de la segunda, como su refuncionalización o adaptación al tipo “enajenado” de diferenciación cualitativa de la vida social que requiere el Estado capitalista para afirmarse como una empresa histórica concreta.

  Ineludible como la base de la vida política en las sociedades modernas, el conflicto entre la nación de Estado y la nación “natural” no es un fenómeno uniforme; puede presentar, en las distintas situaciones históricas, grados muy diferentes de profundidad, agudeza y virulencia.

  Es probable que en América Latina, especialmente allí donde la historia de sus Estados se conecta en el pasado con la de las antiguas civilizaciones indígenas, se encuentre actualmente el lugar en donde tal conflicto se hace presente de manera más complicada; en donde su radicalidad, su extremismo y su urgencia se combinan para solicitar y, al mismo tiempo, paradójicamente, para obstaculizar la apertura de nuevos modos y nuevos espacios de actividad política.

  Son varias las causas que es usual mencionar cuando se trata de explicar esta peculiaridad de la vida política en América Latina. Recordemos las principales:

El afán de uniformización cultural, propio de las naciones de Estado, ha chocado aquí con la resistencia de una “nación natural” caracterizada por una heterogeneidad cultural tan marcada, que habla de la presencia profunda de opciones civilizatorias muy diferentes unas de otras.

  —Las empresas históricas de los Estados capitalistas —pese a la omnipresencia prepotente e incluso despótica de los aparatos estatales de que se han servido— se han caracterizado aquí por su debilidad, incluso por su precariedad. Han sido restos de una empresa histórica anterior, atomizados y desarticulados, incapaces de dar cuenta del proyecto de nación de Estado que ella puso en vigencia. Prolongaciones periféricas de los impulsos aglutinadores capitalistas provenientes de Europa y los U.S.A., su soberanía de Estado siempre disminuida por culpa de su dependencia. No es de extrañar, por ello, que la capacidad refuncionalizadora de las distintas naciones de Estado latinoamericanas sea vacilante y que, en lugar de alcanzar de la “naciones naturales” una conversión más o menos representativa a su proyecto de identidad, lo único que logren sea perturbarlas y despertar en ellas los más variados mecanismos de defensa. Resulta explicable también que la modernidad —rasgo general de la nacionalidad capitalista— se encuentre en América Latina invadida considerablemente no sólo por la natural permanencia de fuertes elementos premodernos, sino también por una serie zonas de fracaso posmodernas en las que ella misma se niega y se deforma.

  —El afán de uniformización cultural, propio de las naciones de Estado, ha chocado aquí con la resistencia de una “nación natural” caracterizada por una heterogeneidad cultural tan marcada, que habla de la presencia profunda de opciones civilizatorias muy diferentes unas de otras. Es como si Oriente y Occidente hubiesen debido, no sólo coexistir en una historia ya conocida, sino compenetrarse el uno del otro en una historia completamente extraña. Compenetración que ha tenido muy poco de síntesis positiva, concebida ésta como coincidencia y colaboración o como mixtura y fecundación, y sí mucho de síntesis negativa; no sólo por tratarse de una relación de sometimiento, opresión y destrucción de las culturas y las civilizaciones americanas (indias, sobre todo, pero también africanas) por las europeas y de obstaculización y sabotaje sistemáticos de la civilización y las culturas europeas por las americanas, sino porque dicha relación ha tenido que entablarse en medio del impacto civilizatorio y cultural —dirigido en contra de toda tradición arcaica— de la revolución moderna de las fuerzas productivas.

  Conquista inconclusa, mestizaje conflictivo, modernización indetenible: la densidad problemática de la “nación natural” en América Latina parece rebasar sustancialmente las pretensiones nacionalizadoras de las actuales empresa estatales latinoamericanas.

  El presente número de Cuadernos Políticos incluye varios textos que versan sobre esta sospecha y que tematizan así lo que podría llamarse el trasfondo intocado de la discusión en torno a los problemas de la democracia que viene ocupando por un buen tiempo ya a los intelectuales latinoamericanos.

  Junto a los trabajos dos aproximaciones que plantean el asunto desde posiciones casi diametralmente opuestas, la de Guillermo Bonfil Batalla y la de Héctor Díaz Polanco —dos de los principales tratadistas del problema étnico y nacional en América Latina —ofrecemos al lector, a manera de documentos, dos textos aleccionadores de Manuel Gamio, uno de los primeros y principales propugnados del mestizaje nacionalista.

 

REFERENCIAS


^ * En Cuadernos Políticos, número 52, México, D.F., editorial Era, octubre—diciembre de 1987, pp. 4–5. Publicado en esta web bajo una licencia Creative Commons 2.5: Atribución-NoComercial-SinDerivadas.

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