Obama y la blanquitud*

Bolívar Echeverría


Barak Obama, campaña presidencial 2008

Todo está en saber llevar o portar esta otredad en estricto apego a las leyes del comportamiento ético puritano o “realista” y a los mínimos requerimientos de una apariencia étnica blancoide o parecida a la nordeuropea.

  La voluntad de autoengañarse de las masas –la que hace ver que el manantial brota a un golpe de la vara de Moisés, que los peces se multiplican obedeciendo a un gesto de la mano de Jesús,... que la democracia burguesa da pasos adelante en la América Latina– ha sido siempre un factor de primera importancia en la legitimación del poder gubernamental. Esta es la voluntad que parece haber poseído al electorado norteamericano en estos últimos comicios presidenciales.

  Muchas cosas indican que no es la voluntad de alcanzar un cambio real en la vida norteamericana sino de que parezca que ese cambio ha llegado, que se encuentran signos prometedores en el ascenso del “primer hombre de raza negra” a la presidencia de los Estados Unidos de América. Y es que, en las circunstancias de la crisis actual, el significado de la palabra “cambio” tomada en serio, en su acepción de “cambio real” y no de “apariencia de cambio”, se acercaría demasiado peligrosamente al de una palabra que el vocabulario norteamericano tiene censurada con todo rigor dado que al hombre común se le enseñó a asociarla con “el demonio del comunismo”: la palabra “revolución”.

La voluntad de autoengarñarse de las masas, que la democracia burguesa da pasos adelante en América Latina, ha sido un factor de primera importancia en la legitimación del poder gubernamental.

  Que el ser comienza por el parecer, que el cambio —que tal vez vaya a darse en el futuro— puede comenzar por la apariencia de cambio, por el cambio de raza del inquilino de la Casa Blanca, ésta es la ilusión posmoderna que habría que suponer en las masas electorales norteamericanas, si se tratara de un electorado que busca en verdad un cambio, pero que por tradición, temor, inseguridad y cautela no se atreve a definirlo y nombrarlo.

  Pero todo indica que no es así, que lo que persiguen esas masas no es un cambio sino una continuidad remozada. Sin embargo, lejos de la consigna del conservadurismo gattopardiano de que “todo cambie a fin de que todo siga igual”, la que parece guiar a la sociedad norteamericana en tanto que masa electoral conservadora, continuista, hostil al cambio, es otra: de lo que se trata es de alcanzar la apariencia de un “cambio estructural” y de hacerlo aunque para ello se deba quemar o sacrificar una de las posibilidades de que algo cambie en realidad, la posibilidad de que otros ethos, diferentes del obsoleto ethos realista de los WASP, lleguen a poner la marca de su identidad en la gestión política del estado norteamericano.

  Digo esto porque la “otredad” reconocida en Obama y que un sustentaría su capacidad de producir un cambio al menos en el estilo de gobernar estructural es una otredad que se asemeja demasiado a una “mismidad”: así como el discurso de aceptación del cargo presidencial no duda de la receta WASP para alcanzar la productividad ni de la convicción de un destino manifiesto que otorgaría a los Estados Unidos la función de líder de todos los estados del mundo, la “negritud” light de Obama no cuestiona ni remplaza la “blanquitud” de un Kennedy o un Bush, sino que la ratifica. La “negritud” de Obama es, en palabras de muchos racistas inconscientes, la de alguien que “es negro, pero guapo”, es decir, la de un negro en el que la “blanquitud” ha “corregido los excesos” de la raza negra.

  Negro, mulato, cuarentón, mestizo, sea cual sea la caracterización que la Rassenkunde pueda hacer de la raza atribuible a Barak Obama, lo cierto es que su pertenencia a la “blanquitud” es ostensible. Y es que sólo en casos extremos, como el de los kukluxklanes y los nazis, por ejemplo, el racismo de la modernidad capitalista se remite a la raza de aquellos a quienes segrega, oprime y busca eliminar. El racismo que permea toda la autoafirmación de la humanidad moderna de inspiración capitalista es básicamente un racismo de orden ético-antropológico.

El racismo que permea toda la autoafirmación de la humanidad moderna de inspiración capitalista es básicamente un racismo de orden ético-antropológico: la blanquitud.

  Es un racismo que postula y consagra en calidad de comportamiento moderno óptimo a un cierto tipo de comportamiento humano, a un cierto trato dado a sí mismo y al mundo por los individuos —tanto singulares como colectivos–; un comportamiento y un trato que consagran la autorrepresión productivista y la represión de todo lo natural en provecho de la reproducción siempre incrementada de la riqueza abstracta o en dinero. Se trata de modos de vida humana que se desarrollaron primero en la zona noroccidental de Europa y que sólo en virtud de esto parecen estar diseñados para encarnar exclusivamente en ciertos rasgos étnicos generales de la población natural de esa zona (estatura más bien alta, color blanco de la piel y rubio del pelo, ciclicidad biológica anual, etcétera).

  Es el racismo de la “blanquitud”, es decir, de una característica primariamente ética y sólo secundariamente racial. No es necesario ningún milagro para obedecer a este racismo de la modernidad capitalista, para ostentar una “blanquitud” sin dejar de ser al mismo tiempo negro, indio, asiático o mestizo de cualquier tipo.

  Todo está en saber llevar o portar esta otredad en estricto apego a las leyes del comportamiento ético puritano o “realista” y a los mínimos requerimientos de una apariencia étnica blancoide o aparecida a la nordeuropea.

  Es el carácter light de la negritud de Obama, su status de domada, añadida a la tibieza da la voluntad de cambio expresada en el programa de gobierno, lo que induce a “pensar mal” del cambio que ella está encargada de garantizar, a sospechar que lo que las masas electorales estadounidenses buscaron al elegirlo no era un cambio real, ni siquiera un simulacro de cambio, sino una continuidad remozada.

  Hay que mencionar finalmente un collateral damage de este aparente “vuelco histórico”. La mutilación de un gran número de virtudes de la corporeidad negra en el esfuerzo por hacerla caber en el molde de la “blanquitud.” Preparada de tiempo atrás por la industria cinematográfica de Hollywood la figura del negro perfectamente adaptado a la “blanquitud”, capaz de llevarla a resultados dignos de envidia entre los propios WASP, es la que reapareció en el 2006, con toda la disminución de la negritud que hay en ella, en la persona del senador por Illinois.

  Cuánto de los artistas negros o de los negros impugnadores del american way of life en los años sesenta brilla por su ausencia en la negritud del presidente Barack Obama.

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REFERENCIAS


^ * Bolívar Echeverría, “Obama y la blanquitud”, El Telégrafo. Decano de la prensa nacional, Ecuador, 09 de marzo del 2009.  Publicado en esta web bajo una licencia Creative Commons 2.5: Atribución-NoComercial-SinDerivadas.


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