El discurso crítico de Marx

Bolívar Echeverría


Presentación

 

No sabemos bien lo que Rosa Luxemburgo quería decir con "barbarie" cuando, en el verdadero comienzo de este siglo, en la Gran Guerra, reconocía para la marcha de la historia una encrucijada inevitable: o adopta el difícil camino del socialismo, o se hunde en la barbarie. ¿Era adecuado este reconocimiento? Alguien llegado de afuera diría que sí, que es evidente: la historia se decidió por la barbarie y ésta se generaliza y profundiza. Nunca como en el siglo xx, insistiría, tantas posibilidades sociales y técnicas de felicidad, de armonía entre los hombres y entre éstos y la naturaleza fueron convertidas de manera tan sistemática en compulsiones a la desgracia y la destrucción. Pero los que viven este siglo no están dispuestos a una constatación tan contundente y condenatoria como ésta. Criados para el arte de interpretar lo malo como menos malo a la luz de la posibilidad de lo peor: ansiosos de encontrarle siempre a todo, incluso a lo peor, el lado bueno, se resisten con recelo fetichista a sumar bajo el término "barbarie" todas las catástrofes y las masacres, de su época, la frustración de pueblos y generaciones enteras que ella contiene, el asfixiante estrechamiento de la vida individual y colectiva que ella ha traído consigo. Para ellos, pese a todo, el progreso "que sería por esencia bueno" sigue: la humanidad mantiene su marcha ascendente.

  Barbarie: una vida social cuyo transcurrir fuera el discurso de un idiota, lleno de ruido y furor y carente de todo sentido. Ausencia de sentido: he ahí la clave de la barbarie. ¿Ha sido el siglo xx como una mera corporización de un cuento incoherente y violento? Tal vez. Pero el mural de barbaridades del siglo xx, inmenso y recargado, no puede ser descrito dejando de lado una presencia tangencial pero determinante que organiza su contenido en la misma medida en que lo niega. Me refiero a la presencia real de un proyecto de sentido o, mejor, de contra-sentido para la historia contemporánea: el comunismo; a la materialización de éste en una entidad sociopolítica peculiar: la izquierda; a su manifestación en conceptos mediante un discurso propio: el marxismo.

  Sólo un hecho impide hablar del siglo xx como de una época de barbarie. No se trata de la existencia de un nexo que, al unir una 'barbaridad con otra, les otorgue un sentido trascendente: una categoría de males necesarios en el camino a un bien último. Se trata de la existencia de la izquerda: una cierta comunidad de individuos, una cierta fraternidad, a veces compacta, a veces difusa, que ha vivido esta historia bárbara como la negación de otra historia deseada y posible a la que se  debe tener acceso mediante la revolución. En virtud de la existencia de la izquierda la miseria de la vida moderna, la destrucción de los hombres y de la naturaleza en las ciudades y en los campos de la época industrial deja de ser un absurdo y se vuelve un acontecimiento histórico dotado de un sentido —negativo— y por tanto explicable. Explicable por el hecho de que la reproducción de la vida social —la unidad de trabajo y disfrute— se lleva a cabo de un modo tal que contradice las tendencias sociales y técnicas inherentes a ese mismo proceso que no sólo se ha vuelto ya sustituible, sino que despierta el deseo de su sustitución. La existencia de la izquierda le da un sentido —un contra-sentido— al sinsentido del siglo xx. Gracias a ella, las guerras mundiales no son meras riñas inevitables entre organismos nacionales a los que se les desboca su agresividad instintiva, ni el sangriento control colonialista del planeta un mero episodio en la lucha por la supremacía del más fuerte y la extinción del más débil: éste, como aquéllas, viene de la traslación de la irracionalidad de la vida capitalista nacional a la escala planetaria; son catástrofes y genocidios tal vez inimaginables pero sí penetrables a la razón como resultado necesario de la disputa entre los capitales nacionales imperialistas por alcanzar el dominio sobre los demás. Porque la izquierda estuvo allí Auschwitz dejó de ser un holocausto casual provocado por un loco; fue el resultado del fracaso de la propia izquierda; el sacrificio excedentario con que el cuerpo social debía pagar el triunfo de la contrarrevolución anticomunista en la Europa de la civilización burguesa.

  Pero "el desierto crece": incluso la fuente de su contra-sentido amenaza con cegársele al siglo xx en estos sus últimos decenios. Comunismo, izquierda y marxismo se encuentran en crisis: en un momento en que su renacimiento o su desaparición son igualmente posibles. No se trata, sin duda, de una situación de subordinación total de la sociedad al aciago destino que le marca la acumulación del capital; la rebeldía brota por todas partes, de manera más o menos radical, poderosa y duradera; el ser humano se resiste en tanto que fuerza de trabajo mal pagada, en tanto que variedad discriminada por su sexo, su raza o su comportamiento, en tanto que grupo social reprimido en lo político, lo nacional o lo religioso. De lo que se trata es de un desgaste irrevocable de la figura histórica concreta que la presencia del contra-sentido en el siglo xx, como resistencia y rebeldía reales, como tríada comunismo-izquierda-marxismo, heredó del siglo anterior. La tríada comunismo-izquierda-marxismo sólo pudo adquirir una figura concreta, una vigencia efectiva en la historia contemporánea mediante un conjunto de tres autoafirmaciones teórico-prácticas que debieron ser compatibles con la esencia de lo político delimitada por la sociedad civil o burguesa. La afirmación de que su "base social" existe de hecho y coincide aproximadamente con lo que el discurso sociológico llama "clase obrera industrial". La afirmación de que su modelo de sociedad alternativa es realmente viable y que —habida cuenta de factores distorsionantes— puede ser encontrada empíricamente en la urss y sus prolongaciones. La afirmación, por fin, de que su acción, lejos de ser utopista, no es otra cosa que el intento de "modernizar" la sociedad, de adecuarla a las conquistas productivas innegables, logradas espontáneamente por los medios de producción.

  Pero estos últimos cien años han sido demasiados años para la capacidad de adaptación de cualquiera de las figuras concretas creadas en su realidad histórica. Demasiados también, por lo tanto, para la figura tradicional de la Izquierda y de la tríada a la que ella pertenece. En primer lugar, el abigarrado panorama de brotes de impugnación del sistema no puede ya ser descrito como una simple modificación de la misma figura histórica de la Izquierda. Muchas de esas rebeldías son, más que extrañas entre sí, enconadamente hostiles las unas a las otras. La "clase obrera, industrial", por su lado, al mismo tiempo que ha dejado de ser la portadora del proyecto comunista de una contra-historia contemporánea, ha perdido también la capacidad de ofrecer un plano homogéneo de acción a los demás sujetos de la rebeldía, y de ser así su representante. En segundo lugar, la existencia de los Gulag, de la represión de la democracia y del anquilosamiento de la vida social para el sostenimiento del "socialismo real" no puede ya ser interpretada como resultado de una necesidad impuesta desde afuera, por el contorno capitalista, a un proceso de "transición al socialismo"; debe ser reconocida como la presencia invertida, perversamente metamorfoseada, de las mismas leyes generales del modo capitalista de la reproducción social, empeñadas en consolidarse y perseverar. El modelo de sociedad alternativa sólo puede tener en el orden implantado por la urss la imagen de lo que no debe ser. Por último, no hay ya esfuerzo capaz de mantener en pie la creencia en una "bondad" intrínseca de la técnica: resulta ilusoria la posibilidad de que un nuevo orden social desplace del lado negativo al lado positivo el mecanismo que regula el sentido del funcionamiento de una misma tecnología, la tecnología moderna. Tecnología ideada para potenciar la explotación de la fuerza de trabajo, impone ahora su destructividad desaforada; no puede ya mantenerse en su papel de benevolente correctivo realista para los sueños de una historia alternativa.

  La caducidad de la figura concreta que la tríada comunismo-izquierda-marxismo debió adoptar para tener efectividad en la historia contemporánea se muestra de manera muy especial en lo que respecta al marxismo. La fuente del discurso de la rebeldía y el contra-sentido ha experimentado en este siglo una diversificación y una radicalización tan marcadas, que la versión de sí mismo que el discurso crítico marxista debió elegir y desarrollar desde la época del propio Marx —la de un cuerpo de saber científico positivo, propio de la "clase obrera industrial" y capaz de sustituir a su equivalente burgués como garantía de racionalidad para el nuevo orden social— resulta demasiado estrecha e inofensiva cuando pretende ofrecer a todos los otros esbozos de discurso crítico un terreno común para su formulación e interpenetración.

  De esta versión del discurso crítico que llegó al ridículo con el "materialismo dialéctico" staliniano y que tuvo su último intento de adaptación a comienzos de los años sesenta (el materialismo histórico: un nuevo "continente" en el mapamundi de la ciencia), escribía Foucault que "se encuentra en el pensamiento del siglo xix como pez en el agua; es decir, en cualquier otra parte deja de respirar". Para Foucault, la teoría marxista carece de actualidad porque, además de pertenecer al siglo xix, es decir, de haber alcanzado vigencia histórica en él —lo que de por sí sería una virtud— permanece atrapada en la problemática propia de ese siglo, cuyos alcances son estrechos y faltos de radicalidad. La "encomienda" que el espíritu revolucionario del siglo xix hacía al pensamiento era la de "establecer para el Hombre una permanencia estable sobre esta tierra, de la que los dioses se habían apartado o esfumado". Una "encomienda", si no mezquina (como la llamaría Heidegger), sí superficial. Porque lo que está en cuestión radicalmente —esto debe saberlo la época del pensar que se abre con Nietzsche— no es el logro y la distribución de los "bienes terrenales", no son las posesiones del Hombre (el moderno maître et possesseur de la nature), sino lo humano mismo, esta entidad histórica peculiar que está en trance de desaparecer una vez que todas las virtudes que desarrolló a costa de cruentas mutilaciones se convierten una a una en vicios nocivos para él mismo y para la naturaleza. El discurso contemporáneo sólo puede ser radical si acepta la "encomienda del pensar" que viene de esta "peligrosa inminencia": "el fin del Hombre".

  Pero ¿se detiene la "encomienda" que el comunismo hace a su discurso crítico en los límites respetados —en "acomodación al espíritu de la época"— por la versión predominante del marxismo: sociologista, estatalista y progresista? Si no es así, ¿qué otra manifestación concreta ha tenido o puede tener ese discurso crítico comunista? ¿Un marxismo "diferente" o un nuevo "-ismo", post-marxista?

  La actividad y el discurso de Marx son como una sustancia que adquiere diferentes formas según la situación en que ellos son invocados para fundamentar diferentes marxismos: diferentes garantías teóricas (científicas) de proyectos prácticos (empíricos), histórico-concretos, de actividad política que se pretende anticapitalista. Aparte del nombre "Marx", disputado por su prestigio legendario, estos diferentes proyectos pueden llegar a no tener en común más que algunos retazos de teoremas, extraídos siempre de un sector muy limitado de la extensa obra de Marx; o incluso menos: unas cuantas fórmulas "marxistas" dotadas de un valor puramente emblemático.

  Hay muchos marxismos no sólo debido a la polisemia del nombre Marx, al hecho de que hay muchas posiciones anticapitalistas desde las que se lee a Marx. Los hay también porque el propio Marx, como todo individuo humano, es múltiple, porque hay varios sujetos homónimos llamados Marx: varios esbozos divergentes de forma que la sustancia Marx tiene por sí misma y que coexisten conflictivamente tratando de ser cada uno de ellos el que tiene la clave y representa la verdad de los otros.

  En consideración de esto es posible clasificar a los distintos marxismos en dos grandes grupos: de una parte, el de los que —como el marxismo dominante— resultan de una elección-imposición que congela o petrifica en una de sus varias formas o resultados a esta sustancia por sí misma multiforme, a este proyecto desigual e inacabado de acción y de discurso que fue Marx; es el grupo de los marxismos que adoptan determinados textos o hechos de Marx como piedras inamovibles, idénticas a sí mismas, privadas de todo conflicto, sobre las que levantan sus construcciones teórico-prácticas. De otra parte, hay los marxismos que resultan de una elección que respeta esa búsqueda inacabada de unificación que conecta entre sí a los distintos esbozos espontáneos de identidad que hay en el propio Marx; de una adopción de los lineamientos fundamentales de su proyecto revolucionario, en la medida en que éste, por su universalidad concreta y por su originalidad, puede ser perfeccionado críticamente con el fin de armonizar el discurso de aquella rebeldía múltiple frente a la historia capitalista, que de otra manera permanecería balbuceante y contradictoria.

  La crisis del marxismo parece decidirse, en un sentido, por el traslado de su versión tradicionalmente dominante —y de otras que pertenecen al mismo tipo— al campo del discurso del poder establecido, como poder estatal en el que convergen los intereses "normales" u occidentales y los intereses modificados o "socialistas reales" del modo capitalista de la reproducción social.

  En otro sentido, la crisis del marxismo parece dirigirlo, en cambio, hacia el abigarrado compo de la rebeldía contemporánea, a discutir dentro de él, sin límites, reservas ni concesiones, todos sus contenidos y su estructura misma como discurso, todas sus formas de presencia como movimiento práctico.

  La "encomienda" que el comunismo hace a su discurso histórico concreto ha rebasado siempre —desde la época en que el propio Marx hizo burla del programa socialdemócrata apoyado por la fracción "marxista" en Gotha— los límites del marxismo "demasiado realista". Se ha hecho presente en muchos Marxismos marginales —conocidos por ciertos nombres clave que van de Rosa Luxemburgo y Hermann Goerter a Karel Kosik y Rudi Dutschke, pasando por Karl Korsch, Ernst Bloch, Georg Lukács, y muchos más— que, al acompañar, en calidad de estorbos y desviaciones, la historia del marxismo predominante, fueron la cauda de la persistencia en él de un cierto grado de radicalidad y, por tanto, de efectividad revolucionaria.

  Es una historia que ha desgastado todas sus "vías preferenciales", que se ha vuelto toda ella marginal, el marxismo que parece poder renacer de su crisis actual es el de esta tradición heterodoxa.

  La insistencia en un doble descubrimiento teórico del Marx joven (1843-1848), que se vuelve una doble constante teórica, más o menos manifiesta pero siempre determinante, de los escritos del Marx maduro (el de El capital, la inconclusa "crítica de la economía política"), parece estar conectada con la posibilidad del renacimiento y la renovación marxista. El primer aspecto de este descubrimiento tiene que ver con la idea misma de un discurso capaz de llevar adelante la "encomienda" comunista. Se trata del reconocimiento de que la historia del discurso positivo, del lógos para la producción —esta creación específica del ser humano— ha estado de tal manera ligada a los intereses de consolidación de modos de reproducción basados en la explotación y la represión que hoy en día, en la época en que vivir se ha vuelto sinónimo de existir para el mantenimiento del poder del capital y su congreso de estados nacionales, la positividad del discurso ha llegado a identificarse con su carácter apologético del sistema. Se trata, así, del descubrimiento de que el discurso del comunismo sólo puede ser tal si es estructuralmente crítico, es decir, si vive de la muerte del discurso del poder: de minarlo sistemáticamente; si su decir resulta de una estrategia de contra-decir.

  El segundo aspecto del descubrimiento que puede renovar la actualidad del marxismo tiene que ver con lo que podría llamarse el teorema crítico central de El capital de Marx. La idea de que todos los conflictos de la sociedad contemporánea giran, con su especificidad irreductible, en torno a una fundamental contradicción, inherente al modo capitalista de la reproducción social; la contradicción entre valor de uso y valor, entre dos "formas de existencia" del proceso de reproducción social: una, "social-natural", trans-histórica, que es determinante, y otra históricamente superpuesta a la primera, parasitaria pero dominante, que es la forma de "valor que se valoriza", de acumulación de capital.

  Los ensayos reunidos en el presente volumen, redactados entre 1974 y 1980, abordan diferentes temas que se refieren directamente a estos dos aspectos del proyecto teórico-político de Marx.

  Los dos primeros, que versan sobre el materialismo de Marx y sobre la consistencia crítica de su discurso, proponen una reconsideración del sentido en que debe entenderse actualmente el carácter científico del discurso teórico sobre la realidad social. Intentan mostrar que la obra de Marx implica una propuesta de definición para ese carácter; propuesta que concibe a la des-construcción crítica del discurso científico espontáneo, al desquiciamiento sistemático de su horizonte de inteligibilidad, como la estrategia epistemológica adecuada para un discurso cuya producción de conocimiento debe cumplirse cuando la historia que ha culminado en el capitalismo transita hacia una nueva historia.

  Los cinco ensayos siguientes versan sobre el texto de El capital. El primero de ellos propone una lectura del mismo a partir del reconocimiento de que la lógica que lo organiza refleja su intención crítica al hacerlo avanzar de un análisis de la apariencia que ofrece la riqueza social a un descubrimiento de su esencia, y de éste a una desmistificación de su realidad. El segundo presenta un resultado de esa lectura: el que corresponde a las dos primeras secciones de la obra. Reconstruye el argumento inicial de El capital —que establece cuál va a ser su objeto teórico general— reconociéndolo como una delimitación de la peculiaridad problemática de la riqueza social mercantil capitalista sobre el trasfondo mistificado de las características propias de la riqueza social mercantil simple. Los otros tres ejemplifican esa misma lectura en torno a distintos temas clave de la crítica de la economía política, principalmente el de una concepción del valor alejada por igual del "inmanentismo" y del "fenomenismo", el del principio de distinción entre los distintos tipos de plusvalor y el de la definición general de la crisis económica.

  Los tres ensayos últimos versan sobre la derivación de la teoría de Marx hacia temas propiamente políticos. El examen de los planteamientos luxemburguianos sobre la "espontaneidad revolucionaria" y la "nación real" conduce en ellos a la problematización de los conceptos de "enajenación" y de "fetichismo" y a la propuesta de una redefinición de éstos como categorías ineludibles del discurso crítico cuando él pretende referirse a las posibilidades de una política revolucionaria en las condiciones concretas del sujeto social, es decir, en el marco de las empresas estatales modernas que lo constituyen en una entidad nacional.

 

[1984]

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