Sentido e inteligibilidad histórica de la crisis de nuestro tiempo*

Andrés Luna Jiménez


Las ilusiones de la modernidad de Bolívar Echeverría, libro publicado en 1995 y recién reeditado por Ediciones Era, reúne una serie de ensayos escritos entre 1985 y 1993. Se trata de un conjunto de textos que es producto de un trabajo reflexivo de por lo menos dos décadas en las que Echeverría había ido elaborando una articulación filosófica que tuvo entre sus coordenadas fundamentales, por una parte, una relectura de la crítica de la economía política de Marx y, por otro, una extensa investigación en torno a diversas aproximaciones teóricas y disciplinares al problema de la cultura; dos líneas de investigación articuladas en la construcción de un armazón teórico diseñado para desarrollar un discurso crítico sobre el problema fundamental al que abocaría su proyecto filosófico. La modernidad se había centrado como ese problema al cual Echeverría había encontrado necesario dirigir las interrogantes e inquietudes que, para los primeros años de la década de 1990, se habían perfilado con claridad en su pensamiento y que continuarían animando buena parte de las reflexiones que es posible encontrar en el resto de su obra.

  Una de estas inquietudes se expresa en la pregunta sobre cómo pensar esa época en la que Echeverría se encuentra, esa recta final del siglo XX, que en Las ilusiones de la modernidad se percibe como una época de transición, un tiempo que parece señalar el fin de una era y conducir a una distinta, todavía desconocida e impredecible. Una transición que, por otra parte, aparecía como el escenario de un cúmulo de fenómenos cuya constelación presentaba un carácter enigmático o que parecían resistirse a la asignación de un sentido que los articulara o explicara en su conjunto. Asimismo, Echeverría se pregunta por la posibilidad de hacer inteligible la trama histórica que había dado lugar a esa época de transición en la que se asume, donde la caída del muro de Berlín y la desintegración del bloque soviético habían instalado en el panorama de la reflexión, entre otros problemas, el del sentido del siglo XX; ese siglo de guerras y catástrofes que, a primera vista, se presenta como una secuencia caótica o una masa incoherente de acontecimientos que, antes que estar articulados por alguna racionalidad, parecen estar signados por el absurdo y la barbarie.

  Es frente a este problema, el de la inteligibilidad de esa historia que desemboca en el último decenio del siglo XX, que Echeverría percibe la necesidad de elaborar un discurso crítico sobre la modernidad. Ello en virtud de que encuentra que esa época de transición corresponde a la de la crisis de la forma dominante en que la modernidad ha tenido concreción histórica, que es la forma capitalista. La criticidad del discurso mediante el que Echeverría se propone dilucidar el sentido de los fenómenos que tienen lugar en el marco de dicha crisis, objetivo que implica trascender la manera y el discurso en el ellos se presentan como dados, consiste en el ejercicio de una sospecha que toma como referente la perspectiva de lo que esa historia ha suprimido o negado; es decir, la perspectiva de lo que el desenvolvimiento efectivo de los acontecimientos ha significado en términos de la cancelación de otras historias posibles; de otros modos de tramar la relación entre lo humano y lo Otro, lo que equivale a la cancelación de formas alternativas de concreción histórica de la modernidad. La estrategia epistemológica del discurso crítico de Echeverría consiste en identificar las fallas y desmontar las formas del discurso hegemónico que naturaliza o pretende mostrar como necesario el orden de cosas efectivamente existente; un desmontaje que toma, pues, como referencia la perspectiva que aporta ese orden de lo posible, el de las alternativas que, si bien no han adquirido concreción histórica, no pierden por ello su potencia.

Las ilusiones de la modernidad   Ahora bien, el proyecto filosófico de Echeverría parte de la premisa de que esta perspectiva de lo posible, de la potencia de las formas históricas, que por contraposición permite hacer inteligibles o dotar de sentido a los acontecimientos que de otro modo se presentan como enigmáticos o absurdos, no está plenamente constituida ni abierta de manera permanente. Por el contrario, se trata de una perspectiva que requiere de ser habilitada teóricamente mediante un trabajo constante o perenne de actualización; es decir, su apertura exige un esfuerzo teórico que tiene que reelaborarse en la misma medida en que el objeto de la crítica adquiere nuevos grados de complejidad y nuevas formas históricas. Es precisamente a esta apertura o habilitación teórica que está encaminada la articulación de las claves que Echeverría extrae de su lectura de Marx con una serie de aspectos que desarrolla en un diálogo con diversos autores de la antropología, la semiótica, el psicoanálisis y la historiografía en torno al problema de la cultura; todo ello articulado sobre la base de algunas premisas fundamentales que el autor retoma de la ontología fenomenológica, en particular, de su lectura de Heidegger y Sartre.

  Éste es el proyecto reflexivo del que son producto y del que participan, de diferentes maneras, los ensayos reunidos en este libro, cuyo propósito, como manifiesta su autor, consiste en “poner a prueba una propuesta de inteligibilidad para esa época de transición en que vivimos. […] una propuesta que localiza en la crisis de la modernidad ciertas claves centrales para la comprensión de todas las otras”.1 Sin duda el texto de mayor alcance en este sentido, y que puede considerarse uno de los más importantes en toda la obra de Echeverría, es “Modernidad y capitalismo (15 tesis)”, donde condensa gran parte del trabajo reflexivo que había realizado hasta entonces y desarrolla in extenso las claves teóricas que cumplen el objetivo fundamental de deslindar conceptual e históricamente estos dos fenómenos; de romper con la identificación entre modernidad y capitalismo y redimensionar el problema de la modernidad desde la perspectiva de lo que ella implica como potencia, como posibilidad de reconfiguración de las relaciones entre lo humano y lo Otro.

  Cabe señalar dos aspectos que aparecen en otros ensayos aquí compilados y que son también fundamentales para la construcción del armazón teórico que permitirá a Echeverría emprender a lo largo de su obra toda una serie de reflexiones críticas en torno a diversos fenómenos histórico-culturales; dos aspectos especialmente sugerentes y que se conjugan para dar lugar al enfoque desde el que el autor elabora esa propuesta de inteligibilidad de esta época de crisis civilizatoria, en la que todavía nos encontramos. El primero se relaciona con el carácter crítico y dialéctico de la dinámica y la temporalidad estructural que Echeverría observa en el fenómeno de la cultura, aspecto de gran relevancia para su proyecto filosófico y que aparece aquí esbozado en el ensayo titulado “La identidad evanescente”. La concepción echeverriana de la cultura como la reproducción autocrítica de las formas que identifican al sujeto humano, una reproducción que implica someterlas a un proceso de descomposición y recomposición continua que las pone necesariamente en riesgo de desaparecer o transformarse, le permite pensar el fenómeno de la identidad como una realidad contingente y transitoria; como una entidad histórica que, paradójicamente, no puede permanecer idéntica a sí misma, sino que está siempre en la necesidad de mutar en esa relación metabólica que el sujeto sostiene con lo Otro.2

  El segundo aspecto refiere al modo en el que Echeverría concibe la relación entre la actividad cultural y el horizonte histórico en el que ella se realiza, cuestión sobre la que el ensayo titulado “La comprensión y la crítica (Braudel y Marx sobre el capitalismo)” introduce planteamientos centrales. En este texto, Echeverría pone en diálogo la propuesta que estos dos autores construyen en torno al problema del capitalismo, de lo cual extrae la consideración de que se trata de un fenómeno cuyo análisis histórico revela la presencia de temporalidades diferenciales, registros heterogéneos de determinación y de experiencia histórica que configuran distintos estratos de historicidad. La reelaboración que Echeverría lleva a cabo de esta premisa, compartida por Marx y Braudel, desde su propia teoría de la cultura da lugar a un enfoque que busca las articulaciones de temporalidades heterogéneas y estratos de historicidad que disponen las condiciones de posibilidad histórico-concretas para la (re)producción de las formas culturales; es decir, apunta al modo en que la reproducción de las formas de los objetos, los comportamientos, las prácticas y los discursos es condicionada y, al mismo tiempo, reactualiza una cierta constelación de determinaciones históricas de distintas profundidades, que remiten a múltiples registros de temporalidad y de experiencia histórica.3

  La conjunción de estos dos aspectos muestra su potencia en las reflexiones en las que Echeverría, a lo largo de toda su obra, enfoca fenómenos de muy diversa índole para hacer inteligible el modo en el que todos ellos, en su especificidad y diversidad irreductibles, están articulados y gravitan en torno a las contradicciones fundamentales del proyecto civilizatorio de la modernidad capitalista. El discurso crítico que Echeverría despliega mediante la estrategia descrita no sólo apunta a desmontar el discurso que naturaliza las identidades, las formas culturales o los órdenes establecidos; al mismo tiempo, apunta a la habilitación continua y renovada de esa perspectiva de lo posible, de la potencia constitutiva de las formas culturales e históricas, cuya condición contingente y dialéctica implica siempre la posibilidad de que devengan otra cosa. Ésta es, me parece, la estrategia reflexiva desde la que Echeverría propone, en los ensayos que integran Las ilusiones de la modernidad, una articulación de sentido para aquello que en su tiempo, como en el nuestro, se presenta como “en suspenso”, como a la espera de hacerse históricamente inteligible,4 y que le permite sobreponerse a esa imagen shakespeariana que gustaba de citar y que parece dar cuenta de esa historia que ha desembocado en la crisis de nuestro tiempo: “la vida no es más que un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”.5

 

REFERENCIAS


* Texto leído en la presentación del libro Las ilusiones de la modernidad, de Bolívar Echeverría, realizada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el 4 de marzo de 2019. Publicado en este sitio web bajo una licencia Creative Commons 2.5: Atribución—NoComercial—SinDerivadas.

^ 1 Bolívar Echeverría, Las ilusiones de la modernidad, México, Ediciones Era, 2018, p. 10.

^ 2 Véase también: “Cultura e identidad” en Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, México, Ediciones Era, 2010, pp. 130-139; “Lección V. La identidad, lo político y la cultura”, en Bolívar Echeverría, Definición de la cultura, México, Itaca-Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 147-172.

^ 3 Cfr., “Modernidad en América Latina”, en Bolívar Echeverría, Vuelta de siglo, México, Ediciones Era, pp. 195-217.

^ 4 Véase también: “El sentido del siglo XX”, en ibid., pp. 81-105.

^ 5 Citado en Bolívar Echeverría, Modernidad y blanquitud, México, Ediciones Era, 2010, p. 43.

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