Pienso que, actualmente, por lo menos en América Latina, todavía no hay un solo filósofo cuyos alcances, dimensiones y profundidades teórico-reflexivas, plasmadas en una obra, se aproximen a los que configuran y constituyen la de Bolívar Echeverría. A esto se debe que las legítimas y correctas intenciones de someter su obra a crítica y debate a menudo sean “intenciones en fuga”. En mi opinión, esto es lo que le pasa a los dos libros que hoy nos convocan. En sus páginas, más que discusiones, confrontaciones o discrepancias notorias sobre ella, hay claros y evidentes consensos sobre sus principales y fundamentales tesis.
Cierto es que, en el primer volumen, un par de trabajos expresan francas discrepancias con respecto a la idea de “modernidades alternativas” imaginadas y esbozadas por el filósofo ecuatoriano, pero en realidad se trata de discrepancias ideológicas. Y como se sabe, con las ideologías no hay mucho que hacer. De hecho, tales discrepancias, en este par de casos concretos, se levantan sobre la omisión de uno de los fundamentos centrales de la argumentación de Echeverría sobre la modernidad, esto es, la técnica, y más concretamente, la técnica lúdica para pensar una relación colaborativa con lo Otro. Lo hacen en aras de volver plausible la línea discursiva de su ideología donde más que criticar parece existir la convicción de que ciertos argumentos, por modernos, por capitalistas, por occidentales, son de suyo erróneos, es decir, tienen algo así como defecto y culpa de origen. Para usar algunos de los términos insertos en la obra del autor del libro Definición de la cultura1, se mueven más dentro de la lógica del apartheid que de la codigofagia.
Debiera no ser necesario (pero al parecer lo es) señalar que la condición de posibilidad de la crítica y del debate de la obra de Echeverría se encuentra en su cabal y efectiva aprehensión y comprensión. En este sentido, este par de volúmenes, compilados, el primero, por Carlos Oliva Mendoza y Omar Anguiano Lagos, y el segundo, por Andrea Torres Gaxiola y Luis Guillermo Martínez Gutiérrez, son de enorme contribución. Por esta misma razón, tengo para mí que a ambos volúmenes les hubiese venido mejor un subtítulo como el de cartografías, comentarios, trazos, derivaciones e inmersiones, porque eso es lo que en sus páginas hay, de relevancia y agudeza notables, no cabe duda. Sólo desde abrevaderos como estos podrán surgir en un futuro (inmediato, esperemos) esos debates y críticas que merece y necesita la obra del filósofo ecuatoriano-mexicano, que en esta ocasión convocó a una treintena de autores para llevarla por derroteros alejados de los que previamente caminaron otras compilaciones, en las que prevaleció el esfuerzo de interpretación de una obra que, en un principio y ante la irreparable pérdida de su creador, se presentaba par muchos un tanto inaprensible.
Ahora, en estos trabajos, ya no se quiere esclarecer, puntualizar o acotar lo que Echeverría formuló con respecto a la modernidad y su cuádruple ethos –en eso al parecer hay un consenso generalizado, alcanzado a lo largo de una década de trabajo inicialmente espontáneo, luego académicamente programático en distintas latitudes–, sino su aplicación en análisis concretos y específicos. Para el caso del ethos barroco, por ejemplo, en relación con la interpretación y lectura del cuadro de Velázquez conocido como Las Meninas; el abordaje de cierto tipo de economía en espacios informales argentinos; llegando incluso a desarrollos sorprendentes en relación, por un lado, a la línea melódica del bajo, que en su oscilar entre el oído y el tacto, pone en juego también una expresión y estrategia barroca en términos musicales, y por otro, al contenido visual y textual de cierto tipo de historieta como parte de esta misma estrategia que ayuda a resistir el embate del ethos realista.
Con respecto a este ethos, el realista, hay un ensayo que se ocupa de desbrozar el diálogo entre Echeverría y Weber así como otro que aborda la blanquitud, entendida no sólo como gestualidad interiorizada, sino de la mirada misma, que es en mi opinión la aplicación de cierto retorcimiento saludable a lo que Echeverría concibió como la “otredad racial” construida por el capitalismo en su fase más dominante y brutal. Pero también hay textos que, centrándose en temas relacionados con el ser humano, la codigofagia, y la necesaria resistencia del valor de uso al predominio de la valorización del valor, formulan propuestas programáticas sobre la educación artística, la posibilidad de construir críticamente la historia del arte latinoamericano, el ejercicio periodístico crítico así como los profundos alcances esclarecedores sobre distintos ethe de la modernidad de ciertas novelas a las que se aplica el mirador echeverriano. También, desde este horizonte, otros textos se proponen pensar lo humano y a lo humano desde su condición de creador de valores de uso.
El barroquismo es un modo de la cultura que está presente en distintas partes del mundo y en muy diversos contextos. Establecer un vínculo natural y exclusivo entre éste y América Latina es esencializar algo que es históricamente contingente.
No pretendo hacer recuento de todos los temas que se abordan en los textos de estos libros. Tan sólo intento, seguramente de manera fallida por los trabajos y temas que por falta de espacio y tiempo no refiero explícitamente, una relación muy general que ofrezca a quien esté interesado tanto en la obra del autor de Las ilusiones de la modernidad2 como en esto libros cobijados bajo el título Modernidad barroca y capitalismo. Debates sobre la obra de Bolívar Echeverría, una idea de lo particular y valioso que tiene el trabajo colectivo que hoy presentamos. No obstante, me parece necesario destacar un par de textos que pueden considerarse derivas de algunos aspectos teórico-reflexivos de Echeverría. Uno es el que presenta como posibilidad de modernidad alternativa la que viene de la locura moderada o la razón erótica, y otro, al que le pongo más atención porque me permite continuar con lo que quiero decir, es el que postula un ethos cínico meyorativo, como un tipo subethoico del ethos barroco. Este último tiene su interés porque apunta a que si bien el suelo sobre el que se levanta el cuádruple ethos de la modernidad sigue vigente (la contradicción entre valor de uso y valorización del valor), sus alcances y profundización son ahora de tal magnitud que, acorde con el autor de dicha idea, en el ethos barroco podría estarse gestando el abandono de su condición espontánea para volverse más reflexivo, anticapitalista sí, pero tercamente no revolucionario. Afirma quien lo propone: “Si el ethos barroco vive en y con el hecho contradictorio de la existencia, el ethos cínico debe vivir en y contra el capitalismo, pues solamente de esa manera puede hacer su experiencia viable”3 La hipótesis resulta sugerente, aunque en lo personal le hallo un vínculo inquietante con eso que se conoce como “política folk”.
Lo que vale la pena retener es que al proponerse derivas de este tipo, se lo hace considerando algunos límites que la teoría de Bolívar Echeverría tiene, no tanto por su contenido y articulación cuanto por la dinámica misma de la modernidad capitalista que, al ir modificando aceleradamente el rostro del mundo, posee un contexto específico en el que si bien hay principios estructuradores, continuidades y profundizaciones, también hay novedosas configuraciones. Basta con tener presente que ha pasado un cuarto de siglo desde la publicación de La modernidad de lo barroco para adquirir conciencia de este hecho: de entonces a la fecha no han sido pocas las cosas que han cambiado. Este situarse contextualmente puede ser uno de los caminos más fructíferos para criticar y debatir la obra de Echeverría, e incluso trascenderla tomándola como sólida base sobre la cual erigir el mirador propio.
Se esté de acuerdo o no con estas derivas, es de reconocerse se trata de valiosas apuestas (sí, arriesgadas) completamente ausentes hace una década en los encuentros, congresos y homenajes que por entonces proliferaron, inmersos en la tragedia que toda muerte de un pensador del fuste de Bolívar Echeverría significa. Habría que felicitarse de que esto suceda, porque ello da cuenta, por un lado, de la feracidad de la mirada que Echeverría plasmó a lo largo de su obra, y por el otro, lo inspiradora que es para ponerse a pensar críticamente eso que llamamos realidad.
Continuando por los derroteros trazados en este par de libros, e intentando apuntalar la formulación de otras apuestas, tal vez sea pertinente señalar tres cosas. La primera es la puntualización hecha por Echeverría de que el barroquismo, es decir, el comportamiento distinguible del ethos barroco, no es ni propio ni exclusivo de América Latina. Habría que recordar que incluso lo describió como parte central de una gran parte de la población judía a lo largo de su historia moderna, y claro, antes de la fundación del Estado de Israel, y por supuesto, antes de las barbaridades que ahora su gobierno comete en Gaza. De hecho, acorde con la apreciación del filósofo ecuatoriano-mexicano, sería ese barroquismo lo que estaría en el núcleo de la reacción genocida del nazismo. Esto quiere decir que el barroquismo es un modo de la cultura que está presente en distintas partes del mundo y en muy diversos contextos. Establecer un vínculo natural y exclusivo entre éste y América Latina es esencializar algo que es históricamente contingente, y en ese sentido, convertir al ethos barroco en algo distinto, quizás en una suerte de kitsch, que si me lo permiten expresar de la siguiente manera, es algo así como una refuncionalización realista del barroquismo, que lejos de resistirle, le alienta. Tengo la impresión de que hoy en día, además de mirar a América Latina, hay que ver con especial atención los territorios y ámbitos fronterizos, los espacios de migración, las zonas emergentes configuradas por los desplazamientos, si se quiere elaborar aún más sobre el ethos barroco, y de eso, hay mucho en el mundo, no sólo en América Latina ni únicamente fuera de Occidente.
La segunda se relaciona con esta posible mutación del barroquismo en kitsch y toda la gama viable en el transcurso de esta transformación. Si se deja de esencializar el barroquismo, entonces es posible percibir cierta tendencia que hay en él de convertirse en algo trágico y terrible. Solamente una de los treinta autores reunidos en este par de libros elabora con cierto detenimiento sobre este aspecto. Lo hace a partir del cine de ciencia ficción en México, al que analiza desde la codigofagia, el mestizaje y el barroco echeverrianos. Su análisis le lleva a advertir que este último es un arma de doble filo, porque si por un lado desmota, por el otro puede llevar a la pérdida de valores, particularmente en relación con la violencia; incluso ella habla del gore como la “exacerbación barroca de la violencia”. Sea cual fuese nuestra opinión con respecto a su análisis del cine de ciencia ficción mexicano, el solo hecho de señalar y advertir esta ambivalencia del barroquismo debiera llamar la atención hacia algunas implicaciones posibles que tiene la resistencia del ethos barroco, por un lado, y por el otro, invitar a una comprensión aún más fina y matizada de este ethos, que además de no ser revolucionario, puede conducir a cierta obnubilación política, como si en el cuadro de Las Meninas, en lugar de la mirada de los reyes, estuviese la del actor barroco fascinado con su propia sujetidad y el pintor fuese ese sujeto pintándose a sí mismo intentando encuadrar y fijar el flujo de lo cotidiano enmarcado en luces de neón porque no hay más qué hacer.
La tercera, es considerar la obra de Echeverría como inconclusa, por más consistente y fascinante que sea. Lo es porque en ella hay un tratamiento desigual de los ethe de la modernidad, con un énfasis notable en el barroco y el realista, pero no tanto en el romántico y casi nada en el clásico, pero sobre todo porque el tema de la blanquitud en rigor apenas y está esbozado. Dentro del conjunto de su obra, este último tema es un trazo en sus compases iniciales. Por supuesto, tiene conexiones claras en relación con otros temas de la cultura y los ethe modernos, pero esta condición concita ciertas interpretaciones que terminan por acotarlo a una idea de racismo muy en boga hoy en día. Soy de la opinión que el concepto de la blanquitud es mucho más complejo y radical que muchos otros relativos al racismo desde los cuales se le quiere leer e incluso comparar. Hay, me parece, una suerte de traba en la lectura y comprensión de la blanquitud, entre otras cosas por su condición liminar.
Quizá estos tres aspectos susciten algunas ideas sobre la apropiación feraz de la obra de Bolívar Echeverría e inspiren más andares como los que estos libros muestran. Quiero terminar felicitando a quienes convocaron para la producción de estos dos volúmenes, para quienes los coordinaron, y por supuesto, a quienes escribieron en ellos. Se trata de dos libros importantes que, creo, son ya un marcador de los derroteros por los que sería deseable siguiera la apropiación de la obra de Echeverría. Estoy convencido que de plumas como las que aquí se expresan o de la mano de ellas surgirán los siguientes filósofos y pensadores del carácter y solidez que demanda nuestra época.
REFERENCIAS
^ * Isaac García Venegas (CIESAS/UNAM), “Apropiación feraz e inspiración”, presentación de Oliva Mendoza, Caros, Omar Anguiano Lagos, Andrea Torres Gaxiola y Luis Guillermo Martínez Gutiérrez, comps. Modernidad barroca y capitalismo. Debates sobre la obra de Bolívar Echeverría. 2 vols. México: Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2023. Este texto fue presentando por el autor el 7 de diciembre de 2023 en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). Publicado en esta web bajo una licencia Creative Commons 2.5: Atribución—NoComercial—SinDerivadas.
^ 1 Bolívar Echeverría, Definición de la cultura, México, FCE, Editorial Itaca, 2010.
^ 2 Bolívar Echeverría, Las ilusiones de la modernidad, México, UNAM/El equilibrista, 1995.
^ 3 Oliva Mendoza, Carlos, Omar Anguiano Lagos, comps. Modernidad barroca y capitalismo. Debates sobre la obra de Bolívar Echeverría, vol. 1, México: Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2023, p. 225.