Presentación

Bolívar Echeverría


Max Horkheimer, El estado autoritario, trad. Bolívar Echeverría. México, Itaca, 2006.

Estado autoritario, de Max Horkheimer, es uno de esos textos a la vez famosos y secretos, cuya influencia efectiva en la discusión de los temas que tocan rebasa con mucho el conocimiento directo que el público tiene de ellos. Preparado desde 1939, escrito en 1940 y publicado marginalmente, casi como “para ocultarlo”, en 1942,1 este ensayo contiene algo así como el manifiesto político de la Escuela de Frankfurt, un manifiesto con el que —dada la “explosividad política y el atrevimiento teórico” de sus tesis2— no todos los miembros de ella estaban necesariamente de acuerdo, o al menos no con el entusiasmo que su autor hubiera esperado.

  Horkheimer parte de la premisa, que resuena a lo largo de todo su texto, de que el carácter crítico de la Escuela de Frankfurt se fundamenta en la suposición de que su discurso es un contrapunto teórico del movimiento social y político encaminado a reconvertir el proceso histórico de la humanidad a partir de la instauración de una “sociedad sin clases”; es decir, en la convicción de que ella es una “compañera de ruta” de la revolución comunista. Los temas de su discurso, su sentido metodológico, su creación de conceptos, dependen del diálogo que mantiene con ese movimiento, un diálogo que no requiere ser explícito para ser determinante.

  ¿Pero en qué situación se encuentra este interlocutor de la teoría crítica a comienzos de los años cuarenta en Europa, en la época de la consolidación del pseudosocialismo stalinista en la Unión Soviética, del ascenso de la contrarrevolución fascista en Italia, España, Alemania, y de la decadencia autista del establishment político en los demás países del continente? Según Horkheimer, en una situación desastrosa.

El carácter crítico de la Escuela de Frankfurt se fundamenta en la suposición de que su discurso es un contrapunto teórico del movimiento social y político encaminado a reconvertir el proceso histórico de la humanidad a partir de la instauración de una sociedad sin clases.

  El relato con el que Horkheimer intenta explicar esta situación cuenta la historia de las posibilidades de actualización política que ha tenido en la época moderna la emancipación o autoafirmación libre de los individuos, descubierta en la vida social moderna en tanto que organizada alrededor del mercado o “esfera de la circulación mercantil simple de la riqueza social”. El primer capítulo de esta historia cuenta el episodio de una Caída. Cautivada por la capacidad socializadora que tiene el proceso de conversión de los bienes en mercancía y de los seres humanos en propietarios privados, la “sociedad de mercado” permite y fomenta esta conversión, dejándola avanzar hasta los extremos absurdos a los que la lleva el capitalismo. Éste, en efecto, que desde antiguo se había servido del mercado “respetuosamente”, pasa en la modernidad a utilizarlo de manera “autoritaria”. En lugar de entrar en la “esfera de la circulación mercantil” y aprovecharla para cumplir con su “fórmula general” (D – M – D’: comprar barato para vender caro), dejándola estar con su legalidad autónoma, el capitalismo pasa ahora a ocuparla plenamente y a imponerle su necesidad particular —la de la acumulación a toda costa— como si fuera una ley general de ella misma. Esta hybris o desmesura capitalista impulsa al principio de lo mercantil a mercantificar hasta lo inmercantificable y a asegurar su eficiencia mediante recursos que lo contradicen esencialmente. La “sociedad de mercado” cierra un ojo cuando este principio, que corresponde propiamente al orden de los objetos, invade, en un afán ya innegablemente capitalista, el orden de la sujetidad humana y convierte en objeto mercantil lo que esencialmente sólo puede ser sujeto: la fuerza de trabajo de los trabajadores. Al mostrar esta debilidad hacia el capitalismo, la sociedad de mercado tolera el aparecimiento de un fenómeno que es mortal para ella misma, el monopolio. Se trata de un fenómeno que viene a atentar contra sus leyes más básicas, las de la libertad en los intercambios y la igualdad de los participantes en ellos. En efecto, sólo el monopolio de la propiedad de los medios de producción hace posible que los trabajadores se vean obligados a convertir su fuerza de trabajo en mercancía; sólo él lleva a que la “sociedad civil” o sociedad de los propietarios privados se escinda en dos clases contrapuestas, la de los capitalistas y la de los proletarios. La caída de la sociedad de mercado en manos del capitalismo convierte a ésta, de la sociedad de libertades que debía ser en principio, en una sociedad que cumple las órdenes emanadas de la “autoridad” del capital.

  Los primeros estados que la sociedad moderna se da a sí misma retoman y refuncionalizan a su manera el viejo aparato autoritario de los estados premodernos; su autoritarismo no es moderno todavía. Según Horkheimer, el estado autoritario propiamente moderno aparece con la Revolución Francesa y lo hace, paradójicamente, como resultado de una resistencia contra el autoritarismo capitalista de la sociedad. El remedio que los primeros revolucionarios modernos, los franceses, pretenden encontrar contra el bloqueo de las posibilidades de una fraternité revolucionaria, impuesto por el despliegue aparentemente libre de la propriété en el mercado, consiste simplemente en la anulación de ese juego. Intentan combatir la deformación que el capitalismo introduce en la esfera de la circulación mercantil con una deformación en el sentido contrario, con la intervención del estado en la vigencia misma de las leyes del mercado. Para ellos, sólo un “estado autoritario” está en capacidad de corregir a la “sociedad autoritaria”.

  El movimiento social y político del comunismo, que en su manifiesto de 1848 habla claramente de la sociedad por construir como una “asociación de hombres libres”, plantea en cambio que de lo que se trata no es de eliminar esa emancipación del individuo que apareció con la mercantificación de la vida social, sino de rescatarla dialécticamente, de trasladarla o traducirla a las condiciones históricas modernas. Bajo estas condiciones, mucho de lo que antes pertenecía al reino del azar, como, por ejemplo, la distribución de la propiedad sobre la riqueza, ha dejado de ser un hecho aleatorio, un fruto de la casualidad, y ha pasado a ser el resultado de la intervención humana. No es la buena fortuna sino la mejor técnica la que le asegura una mayor productividad a una empresa individual. Para abrirse paso en estas nuevas condiciones sin arrollar las leyes del intercambio mercantil, la afirmación libre de esa empresa individual necesita desenvolverse no en hostilidad ciega sino en armonía consciente con el desarrollo de la sociedad e, indirectamente, con el desarrollo de cada una de las demás empresas individuales.

La caída de la sociedad de mercado en manos del capitalismo convierte a ésta, de la sociedad de libertades que debía ser en un principio, en una sociedad que cumple las órdenes emanadas de la ‘autoridad’ del capital.

  Horkheimer adelanta en este ensayo una idea que será decisiva en el esquema conceptual de Dialéctica de la Ilustración, la obra clásica de la Escuela de Frankfurt, redactada conjuntamente por él y por su amigo Theodor W. Adorno, el otro inspirador principal de esa Escuela. Se trata de la idea de que, con el siglo xx, el mundo ha entrado en una nueva fase de la época moderna, la que se caracteriza esencialmente por una alteración sustancial del modo en que la reproducción capitalista de la riqueza social afecta al conjunto de la vida humana; en efecto, según Horkheimer, la omnipotencia del capital ha dado al traste no sólo con el liberalismo económico sino “con toda la esfera de la circulación mercantil”, sobre la cual se levantaba el escenario de la política y del que despegaba la ilusión del gobierno democrático. Las “decisiones” del capital parecen ahora no necesitar de la mediación del estado en el escenario de la actividad política sino sólo de la utilización del mismo como instrumento directo de su puesta en práctica. El estado ha sido despedido de su función instauradora de un encuentro en el vaivén de presiones ejercidas, en un sentido, por el capital y, en otro, por la sociedad, y ha sido encargado de imponer incuestionadamente las primeras sobre las segundas, sea por las buenas, mediante una política demagógica, o por las malas, sirviéndose de la represión. El estado liberal ha madurado hasta convertirse en un “estado autoritario”, es decir, obediente hacia arriba, hacia el capital, e impositivo hacia abajo, hacia la sociedad.

  Esta idea clave de Horkheimer —que desató una fuerte polémica dentro del Instituto3— se refiere a un hecho que resulta decisivo en el mundo social de la civilización moderna. En efecto, el encriptamiento del super-yo en los meandros del yo, su acción desde la “interioridad” de este último, de la que éste no logra distanciarse al ejercer la suya propia —un ocultamiento que es definitorio de la “authoritarian personality” estudiada por entonces en el Instituto de Investigaciones Sociales de Frankfurt, repite la omnipresencia del capital cuando actúa incluso desde el más ínfimo acto de intercambio mercantil—, es un dispositivo que configura todo el comportamiento del hombre moderno, del mundo de la vida moderna y de esa misma vida, como lo ejemplifica el famoso capítulo “Industria cultural” en Dialéctica de Ilustración.

  La teoría de la sociedad y el estado autoritarios de Horkheimer es una alternativa válida frente a la “teoría del totalitarismo” defendida por Hannah Arendt;4 deja ver, por debajo de la autopresentación liberal y “democrática” de los estados “occidentales”, el autoritarismo estructural de la sociedad moderna, dominada por la monopolización capitalista, y permite reconocer en el “estado totalitario”, “capitalismo de estado” o “socialismo de estado” —sea en su versión parcial o “mixta”, como la nacionalsocialista, o en su versión plena y pura, como la “socialista realista”5— una reacción contra ese autoritarismo, una impugnación que sin embargo se mantiene en el mismo plano que él y lo continúa, sin llegar nunca a atentar verdaderamente contra su fundamento, que es el modo capitalista de reproducir la riqueza social.

  “El Estado autoritario de nuestra época es el capitalismo de Estado”, afirma Horkheimer, abrumado por las noticias que le llegan de Europa y que apuntan hacia el triunfo próximo de una de las dos versiones de ese Estado y a la casi segura claudicación del Estado autoritario liberal o no estatista.6 El “capitalismo de Estado” muestra que el capitalismo puede sobrevivir toda una época a la economía de mercado, todo el tiempo que le tome llevar a la sociedad a la catástrofe. Lo que tiene lugar en esta fase del capitalismo, según Horkheimer, es una “supresión de la esfera de la circulación mercantil” que va más allá de la ejercida por el autoritarismo monopolista del capital, es decir, más allá de la “subsuncion real” del ámbito en que circulan las mercancías “genuinas” (medios de producción y de consumo) bajo las exigencias monopolizadoras, emanadas de la implacable competencia inter-capitalista. Se trata de una “supresión” más radical, debida a una monopolización que, ejercida en este caso a través del estado, afecta al otro ámbito de esa esfera circulatoria —el que contiene los intercambios entre las mercancías “genuinas” y la “pseudo-mercancía” o mercancía fuerza de trabajo—, anulando el escenario en que se juega el valor real del salario, esto es, el lugar en donde el valor capitalista realiza su autovalorización. Es una supresión que resulta totalmente contraproducente en términos capitalistas puesto que significa el retroceso de la “esclavitud moderna” a la esclavitud antigua, es decir, a una situación de imposibilidad técnica de la explotación del plusvalor y, con ello, al suicidio, es decir, a la eliminación del capital en lo que él es esencialmente: plusvalor acumulado. Irónicamente, debió ser precisamente el “socialismo de estado” o “estatismo integral” conocido como “socialismo realmente existente” el que, en plena inconciencia, obedeciendo a su total inconsistencia teórica, pusiera en práctica este suicidio lento, pseudo-socialista, del capitalismo, esta “parodia de la sociedad sin clases”. En medio de la modernidad, pero a la manera del esclavista antiguo, el capital global estatizado en el “capitalismo de Estado”, no paga a sus “esclavos” por su trabajo sino que, siendo dueño monopólico de todo el trabajo social, los “mantiene” o subsidia.7

  El tema principal de este ensayo-proclama —que pudo ser la definición política de la Escuela de Frankfurt— alcanza una precisión mayor cuando se plantea dentro de las condiciones ominosas de toda una “época autoritaria” como la que, según Horkheimer, está alcanzando su culminación en la Segunda Guerra Mundial.

La palabra, en cualquiera de sus vías de manifestación, alcanza en ocasiones a ser portadora de sentido, y todo sentido trae consigo inevitablemente una referencia a la vida emancipada.

  La época de la “actualidad de la revolución”, de la que hablaba Lukács a comienzos de los años veinte, se ha esfumado: las masas proletarias, o están desmovilizadas por el autoritarismo pseudoliberal de Occidente, o son movilizadas en contra de sí mismas por empresas estatales recalcitrantemente capitalistas, las unas “socialistas”, las otras nacionalistas, las dos demagógicas y represivas a la vez. Sin embargo las desastrosas condiciones en que se encuentra el interlocutor de la teoría crítica, el movimiento comunista, no eliminan la posibilidad de que, metamorfoseado en figuras sólo lejanamente emparentadas con la de las grandes organizaciones clasistas de finales del siglo xix, que parecía ser su figura natural —reducido tal vez, paradójicamente, a la nuda esperanza del sujeto aislado que detecta en otros ámbitos la posibilidad de la sociedad emancipada—, ese “movimiento” siga vivo y siga activo en su diálogo con la teoría crítica. La palabra, en cualquiera de sus vías de manifestación, alcanza en ocasiones a ser portadora de sentido, y todo sentido trae consigo inevitablemente una referencia a la vida emancipada; cuando lo hace, abandona la impotencia en que la mantiene el estado autoritario, se sacude la condena a girar en blanco como verborrea inútil y abrumadora, y resulta para él “una amenaza mayor que lo que pudo ser la más impresionante manifestación del partido socialdemócrata alemán bajo Guillermo II”.

  En este momento argumentativo, el ensayo de Horkheimer llega a un punto en que se convierte en un claro homenaje a Walter Benjamin y en especial a sus “tesis sobre el materialismo histórico” publicadas por primera vez acompañadas de este ensayo.

  El destino de las organizaciones proletarias anunciaba ya esta época de la sobrevivencia del capitalismo como capitalismo de estado, dice Horkheimer repitiendo a Benjamin. El sacrificio que ellas hicieron de su “nervio revolucionario” a finales del siglo xix con el fin de contribuir a un “desarrollo de las fuerzas productivas” que podría llevar incluso por sí solo a que la sociedad pasara del capitalismo al socialismo de manera incruenta, casi imperceptible; su contribución al fortalecimiento del Estado capitalista encargado de promover ese desarrollo, adelantaban lo que este Estado exigiría de ellas sólo unos decenios más adelante, ya sin los “procedimientos engorrosos” de la democracia liberal. “No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente” —se lee en la Tesis 11 de W. Benjamin sobre el materialismo histórico—, es decir, con la corriente del progreso de las fuerzas productivas tal como están organizadas actualmente, es decir, de un modo capitalista. La crítica benjaminiana de la idea moderna del progreso que el socialismo adopta de manera suicida —con la aberrante concepción del tiempo como un espacio homogéneo y vacío, exterior e indiferente respecto de os acontecimientos que suceden o “tienen lugar” en él— es el tema en torno al cual Horkheimer elabora sus variaciones. Hablar de la revolución no es hablar de la culminación del continuum histórico establecido sino de su interrupción, había escrito Benjamin, y Horkheimer amplía: “El final de la explotación, la sociedad sin clases, el comunismo entendido como socialismo democrático, no pueden venir de una aceleración del progreso sino de un salto que se sale fuera del progreso.”

  En la época actual, escribe Horkheimer refiriéndose a una actualidad que perdura exacerbada hasta esta vuelta de siglo, “la marcha del progreso hace que a las víctimas les parezca que para su bienestar da prácticamente lo mismo la libertad que la falta de libertad”. Hay en ellas un desfallecimiento de la capacidad utópica, un desinterés por el mundo emancipado que propone la utopía. Sólo el discurso crítico es capaz de detectar los puntos de quiebra o las zonas de fracaso de este conformismo que aparecen en las fisuras insignificantes o las disfuncionalidades periféricas del gran aparato; sólo él puede rescatar la pervivencia del sentimiento dirigido hacia la libertad.8 Horkheimer redescubre la incompatibilidad esencial del discurso crítico con lo establecido. Inservible para la “disposición a la obediencia”, es un discurso que “expresa lo que todos saben pero se prohíben a sí mismos saber”: que “bajo los adoquines está la playa”.

Bolívar Echeverría

 

REFERENCIAS


^ * Bolívar Echeverría, “Presentación”, Max Horkheimer, El estado autoritario, México, Itaca, 2006, pp. 9—26.

^ 1 En el volumen mimeografiado Walter Benjamin zum Gedächtnis (En memoria de Walter Benjamin), publicado por el Instituto de Investigaciones Sociales de Frankfurt ya en el exilio, en Los Ángeles, y en el que se encuentran también las “Tesis” de Walter Benjamin sobre la historia, así como otro ensayo de Horkheimer, “Vernunft und Selbsterhaltung” (“Razón y autoconservación”), y uno de Th. W. Adorno, “George und Hofmannstahl”. Cfr. Max Horkheimer (ed.), Walter Benjamin zum Gedächtnis, Los Angeles, Institut für Sozialforschung, 1942.

^ 2 Rolf Wieggershaus, Die Frankfurter Schule. Geschichte, Theoretische Entwicklung Politische Bedeutung, München, Carl Hanser Verlag, 1986, p. 314 y ss. (En castellano: Rolf Wiggershaus, La escuela de Fráncfort, México, FCE, 2010).

^ 3 En la que destacan los trabajos de Friedrich Pollock, “State Capitalism”, Studies in Philosophy and Social Sciences, 1941, Núm. 2, y de Franz Neumann, Behemoth, The Structure and Practice of National Socialism. Versión en en español: Behemoth: pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, México, FCE, 1942.

^ 4 Cfr. Hannah Arendt, Elemente und Ursprünge totaler Herrschaft, Berlin/Wien, Ullstein, 1975, t. III. (En castellano: Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus 1998). Teoría que, dicho sea de paso, ha prestado tan buenos servicios a historiadores “comprensivos del nazismo alemán” como Ernst Nolte. Cfr. Ernst Nolte, Der europäische Bürgerkrieg 1917—1945: Nationalsozialismus und Bolschewismus, Frankfurt am Main, Propyläen Verlag, 1987. (En castellano: Ernst Nolte, La guerra civil europea 1917—1945: Nacionalsocialismo y bolchevismo, México, FCE, 1994).

^ 5 O “revisionista”, como la llama Horkheimer sugiriendo que el stalinismo, al que nunca menciona por su nombre, es el heredero de la socialemocracia alemana, criticada por Rosa Luxemburg debido precisamente a su “revisionismo”.

^ 6 Durante toda la segunda mitad del siglo xx se tuvo por evidente que este diagnóstico de Horkheimer estaba equivocado. El triunfo de las “democracias occidentales”, primero, sobre la versión nazi del capitalismo de Estado y, después, con la “guerra fría” (que comenzó curiosamente con el fuego atómico de las explosiones en Hiroshima y Nagasaki y en la que no faltaron otros momentos de “alta temperatura”), sobre la versión soviética del mismo, pareció haber clausurado definitivamente esas vías posibles del estado autoritario. No obstante, tampoco el estado autoritario “liberal” salió propiamente indemne de la contienda: varios rasgos esenciales combatidos en el autoritarismo totalitario pasaron a ser suyos, desfigurándolo sustancialmente. Corregida después de los sucesos, la proyección de Horkheimer puede resultar válida. Puede decirse que, en esta vuelta de siglo, después de la bancarrota catastrófica de la época “neoliberal” del capitalismo —cuando éste recobró su anti—liberalismo profundo, despidiéndose de la respuesta keynesiana que opuso al desafío “socialista” después de la segunda guerra mundial—, la estructura demagógica del “estado popular” alemán durante el Tercer Reich ha sido superada en Occidente por otra que la perfecciona en la medida en que sustituye la opinión pública ciudadana con una versión virtual de la misma, traductora y transmisora directa de la “voluntad” del capital a las masas; es innegable, por otro lado, que la imposición arbitraria de una diferenciación del “valor del trabajo” en el “mercado globalizado”, en marcado detrimento de los trabajadores “no civilizados”, se acerca a su manera a la “superación” del mercado de trabajo en el “estado de los trabajadores” soviético. Cada vez más autores coinciden en la idea expuesta por Carl Amery, de que Hitler, el vicario de la escasez, habrá sido el verdadero “precursor” del siglo xxi. Cfr. Carl Amery, Hitler als Vorläufer. Auschwitz—der Beginn des 21. Jahrhunderts?, München, Luchterhand, 1998. (En castellano: Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, México, FCE, 1998).

^ 7 Esta sería la razón de que, durante la llamada “guerra fría”, la presión productivista ejercida por la competencia armamentista sobre la economía de capitalismo estatal en el imperio soviético no haya redundado en una vitalización de esa economía sino, por el contrario, en su implosión.

^ 8 Temeroso de las interpretaciones equivocadas a las que puede dar lugar la positividad o el “optimismo” excesivo de sus formulaciones.

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