Fornicación, señores míos, crimen, adulterio,
mentiras y el ofertorio, tales son, y siempre serán,
los principales motivos de la vida... Una sucia farsa
interpretada por imbéciles y putas sobre un pobre tablado
manejado por un empresario incompetente...
Joseph Conrad
La vida de los hombres y las mujeres infames está aquí, dada con la misma contundencia que la vida de los hombres y las mujeres de buena voluntad. Explorar las almas de unos y otros, parece ser algo imposible y, en cierta medida, sin sentido, como puede deducirse de “El sentido del siglo XX”,1 un texto de Bolívar Echeverría donde sostiene, respecto a los asesinatos perpetrados por los nazis y Hitler, lo siguiente: “resulta por lo menos desproporcionado suponer –como sucede en la opinión pública dominante, determinada a partir de 1945 por los políticos de los países Aliados– que un iluminado verborreico, rodeado de una banda de criminales patológicos, haya podido ser el sujeto responsable y culpabilizable que decidió que se desatara y exacerbara ese holocausto y esa devastación […]”. ¿Cuál es entonces la labor de un escritor, en este caso, de un escritor de ensayos filosóficos?
¿Qué se propone un ser de esta especie, alguien que ha optado por violentar el lenguaje al hacerlo escritura? ¿Explicarnos acaso las cosas? Sí, sin duda en cierta medida toda escritura, por más violenta que se muestre, es una pedagogía, por el simple hecho de prender las cosas sobre el mundo con esos alfileres que llamamos palabras; pero no sólo eso. ¿Intenta acaso hacernos comprender el mundo? Sí, pero aquí sólo lo logra si opta por utilizar al lenguaje como una técnica, como un instrumento que se convierte en una cosa, similar a las cosas que nombra. Un dialéctico, lo sabemos quienes participamos de la historia del Occidente, tiene este objetivo sobre cualquier otro: transmitirnos el movimiento muelle de las cosas.
Dos cosas primordiales intenta un escritor o una escritora: arengarnos a ser parte de la transmutación del mundo y permanecer en el mundo. Bolívar Echeverría, el animal dialéctico más poderoso en la filosofía en lengua hispana, no ha renunciado a ninguna.
Pero, ¿qué más, por qué se proponen esos dos movimientos contradictorios, el de transparentar el mundo y el de ir, rasgándose a través del lenguaje, junto con el mismo mundo? Dos cosas primordiales, según yo, intenta un escritor o una escritora: arengarnos a ser parte de la transmutación del mundo y, pese a todo, permanecer en el mundo.
Bolívar Echeverría, el animal dialéctico más poderoso en la filosofía en lengua hispana, no ha renunciado a ninguna de estas premisas. Por eso puede sostener una idea borgesiana, el lector escribe la obra una y otra vez, que sólo se puede comprender si se señala la tesis, del mismo Borges, de donde surge esa afirmación: escribir es una magia menor. La condena así está en la escritura; la única cura posible, en el correctivo que la propia lengua imprime a la palabra escrita, su necesidad infinita de ser leída.
Comienzo así un comentario a la nueva obra de Bolívar Echeverría, Vuelta de siglo, porque en ésta vemos una ficticia y sorprendente puesta en escena de una serie de textos que el autor ha trabajado en los últimos años. Seguramente para desgracia de Bolívar, habrá nacido ya aquél o aquélla que vendrá a sistematizar su obra y a mostrarnos un organum coherente de increíbles alcances en la teoría contemporánea. Y, sin embargo, intuyo que esto le tendrá sin cuidado. Acaso le importa más que un lector o lectora pueda abrir uno de sus ensayos y encuentre ahí las características ensayísticas que ha mostrado T. W. Adorno o que un lector asiduo a su obra, como yo, pueda oír el eco, la repetición, la glosa o incluso el autoplagio de una poderosa idea que cimienta lo que, insisto en declarar que no sé si esto es para bien, un futuro sistema de comprensión de la realidad que está ya dado en su obra.
Un aspecto más sobre la experiencia de este homo legens que soy. En la experiencia de lectura de un texto de Bolívar, hay ciertas ideas, provenientes en especial de Marx, Heidegger y Benjamín, que el autor ha incorporado, definitivamente, como sus intuiciones como propias; de tal manera que puede reactualizarlas desde su propia filosofía.
En fin, después del sistema, vendrá ese tiovivo de la filosofía académica, las obras comparativas entre nuestro autor y sus pares. Imaginemos, quizá para su terror, títulos como “Heidegger y Echeverría. Notas sobre la idea del ente.”
Me sumaré, pues, dado el escenario académico que nos cobija, a la tarea exegética de parte de la obra de Echeverría con un breve comentario a dos puntos que hilan y traman en todo su libro. Aclaro, que son tantos los temas y tal la furia y explosividad de los mismos que dejaré para un comentario mayor varios de ellos.
En primer lugar, desde el fondo de sus trabajos sobre la modernidad barroca y sus incursiones en la idea de cultura, (de donde debemos de destacar su idea de comprender al ser humano como un animal que ejerce una acción de transnaturalización, esto es, de distancia y ruptura permanente con la naturaleza que se expresa en dos fenómenos centrales, el lenguaje y la existencia de la libertad), el autor escala estas intuiciones en dos elementos que atraviesan toda la obra que nos convoca. Se trata de una tesis metafísica que tiene una potente traducción en una tesis histórica. Bolívar sostiene, sin apartarse de Marx, pero releyéndolo desde una perspectiva radicalmente fenomenológica, que el sujeto por excelencia de la modernidad o, como él dice, su Dios, es la voluntad de valor: “Las mercancías son los fetiches modernos, dotados de esta capacidad milagrosa de poner orden en el caos de la sociedad civil; y lo son porque están habitadas por una fuerza sobrehumana; porque en ellas mora y desde ellas actúa una ‘deidad profana’, valga la expresión, a la que Marx identifica como ‘el valor económico empeñado en un proceso de autovalorización’; el valor de la riqueza capitalista, que se alimenta de la explotación del ‘plusvalor’ producido por los trabajadores.”
La segunda tesis, que se desprende de la anterior, es la idea histórica de que habitamos en espacio posnacional. Entender cómo es posible que habitando este espacio exista la nación es algo que encadena a Bolívar a la reflexión sobre la nación, esa gran mercancía que nos ofrece la empresa estatal. “En la época moderna, el tipo más generalizado de entidades estatales en las que debió encarnar o tomar cuerpo concreto el sujeto abstracto, el valor capitalista autovalorizándose, ha sido el de esas empresas históricas a las que conocemos con el nombre de Estados nacionales”. Así, como señala Bolívar, el papel central del Estado es “traducir” al lenguaje “la voluntad del capital”, esto es, posibilitar la vida dentro de la barbarie que genera la explotación capitalista, pues de lo contrario sería imposible el artificio de la sociedad.
En cierta medida, podemos concluir los dos puntos anteriores, señalando que es justo esta distopía la que da un impulso feroz a la propuesta teórica de Bolívar sobre la modernidad barroca. El lector o la lectora del libro verá cómo se gesta, en las salidas barrocas de América, (opciones realmente fracasadas en sí mismas), la opción más subversiva y resistente frente al movimiento inclemente del capital.
La prosa ensayística de Bolívar Echeverría debe de analogarse con la prosa de ficción. En sus textos siempre hay un finale, que muestra, casi en términos platónicos, la esperanza en la permanente apertura del mundo.
En segundo lugar, quiero comentar algo que me pregunto constantemente cuando leo al autor del Las ilusiones de la modernidad. ¿Por qué su optimismo a ultranza? Una diferencia central de la prosa del marxismo de la escuela de Frankfurt, quizá con la más destacada pero no absoluta diferencia de Walter Benjamín, es que se trata de autores que perdieron la fe en la modernidad. Son autores profundamente modernos porque saben que de ese espacio no pueden escapar. Son escritores, especialmente Adorno, que martillean una y otra vez las teclas vacías y cómicas de la modernidad: la ironía, lo ridículo de todo intento de pensar la realidad, el cinismo. No es el caso de Bolívar Echeverría. Su prosa ensayística, por el contrario, debe de analogarse con la prosa de ficción. En sus textos siempre hay un finale, que muestra, casi en términos platónicos, la esperanza en la permanente apertura del mundo.
No tengo, lo confieso después de la lectura del libro de Bolívar, elementos para responder por qué el optimismo. Hago sólo una anotación al respecto. Cuando Bolívar se plantea qué quiere decir ser de izquierda hoy, contesta a partir de la asunción de dos actitudes: la resistencia y la rebeldía. Ambos elementos, sin embargo, parecen estar atados a una lectura subjetiva. El que resiste y el que se rebela es el que forma el objeto más contundente de la modernidad, el objeto que se niega permanentemente a ser moderno. Y, sin embargo, me pregunto, ¿no estará en este marxismo, a la izquierda, la intuición de otra idea de resistencia? Aquella que podríamos enunciar así: el que resiste es el que vuelve a sentir las cosas, sin alto, justo como un animal barroco. El que resiste, entonces, subordina todo sentido, en la crueldad y en la dicha, a la permanencia de la percepción.
En este sentido, vale la pena preguntar cuánto tiempo más tendremos el placer, hedónico y alegre, de conocer a un marxista radical que hace de esa resistencia algo festivo y utópico. No lo sé. Por ahora, cito en su apoyo una peligrosa y deslumbrante idea de Borges. Ahí vemos a un árabe grandioso, Averroes, oír de la deslumbrante realidad barroca:
Una tarde, los mercaderes musulmanes de Sin Kalán me condujeron a una casa de madera pintada, en la que vivían muchas personas. No se puede contar cómo era esa casa, que más bien era un solo cuarto, con filas de alacenas o de balcones, unas encima de otras. En esas cavidades había gente que comía y bebía; y asimismo en el suelo, y asimismo en una terraza. Las personas de esa terraza tocaban el tambor y el laúd, salvo unas quince o veinte (con máscaras de color carmesí) que rezaban, cantaban y dialogaban. Padecían prisiones, y nadie veía la cárcel; cabalgaban, pero no se percibía el caballo; combatían, pero las espadas eran de caña; morían y después estaban de pie.
REFERENCIAS
^ * Presentación del libro Vuelta de siglo de Bolívar Echeverría en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM el 22 de febrero de 2007.
^ 1 Todas las citas de Bolívar Echeverría se refieren al siguiente texto: Vuelta de siglo, ERA, 2006, México.