Ziranda

Teratológica*

Bolívar Echeverría**


Revista de la Universidad de México, Núm. 630-631, diciembre 2003 - enero 2004

La espiritualidad del verdadero amor

Romanticismo tardío de Tarchetti (llevado al cine por Scola), fatigado, crepuscular, pero perfectamente acertado en su desengaño crítico.

  El enano que en una taberna de mala muerte escucha de boca de un borracho perdido la “historia absurda” del amor que acabó con su vida. La historia de otro monstruo como él —de nombre casi onomatopéyico: Fosca—. La mujer enferma de histeria, dotada de una fealdad exagerada, casi insultante, que vive al cuidado de su hermano, el alto oficial al mando de un cuartel militar en verdad inútil del Estado italiano, cerca de las ruinas de La Mandria, perdido en los Alpes piamonteses. De la que el nuevo oficial recién adscrito a la remota caserna —hombre joven y apuesto, amante bien correspondido de una bella señora que lo espera siempre en la ciudad de la que viene—, después de resistirse mil veces al acoso insistente, yendo más allá de la repugnancia, en absurda teratofilia, termina por enamorarse locamente.

Como lo saben los románticos, la esencia de la belleza de alguien está en su capacidad de amar, de entregarse a la intensidad de la pasión amorosa.

  ¿”Historia absurda”, “amor absurdo”? ¿Por qué, si, como lo saben los románticos, la esencia de la belleza de alguien está en su capacidad de amar, de entregarse a la intensidad de la pasión amorosa? ¿Por qué, si el amor puede transfigurar no sólo al amado en los ojos del amante sino al mismo que ama, por el solo hecho de amar? Además, y no sólo en las tardes grises de la vida cuartelaria sino en el suceder completo del mundo burgués, todo él reglamentado, ahorrativo de lo alcanzado por el progreso, protegido de los excesos como del peor enemigo (donde incluso la clandestinidad del amor extramarital ha sido absorbida por la rutina), ¿qué atrevimiento erótico comedido de otras mujeres podía competir con la violencia del deseo de Fosca, con la incandescencia de su voluntad de salirse de ese mundo, de morir de amor?

 

Rito inhumatorio

Las madres gitanas en Auschwitz se comían los jabones al saber que habían sido fabricados con los cadáveres de sus hijos, asesinados después de haber servido para los experimentos del doctor Mengele.

 

Disimultaneidades

La monstruosidad del neoclasicismo tardío se explica tal vez por el hecho de que las formas clásicas, de dimensiones municipales, manufactureras, debieron vestir a unos edificios que eran ya post-municipales, de dimensiones gran-industriales. Los primeros diseños del automóvil lo imaginaban como una carroza sin caballos, y no como un verdadero vehículo autopropulsado. Las formas derivadas de una técnica tradicional ven en la nueva técnica solamente un recurso para su propio perfeccionamiento. El mundo práctico del siglo xix ve en la máquina del siglo XX sólo una manera de aumentar sus dimensiones. El Titanic es concebido como un Lusitania magnificado. Así mismo, la política cree que la guerra que ella continúa por otros medios es del mismo tipo que la del enfrentamiento francoprusiano, sólo que más grande. El fracaso del Titanic anuncia el fracaso de la política en la Primera Guerra Mundial.

  En una "perspectiva macro” o de "muy larga duración" podría decirse que, todavía a comienzos del siglo XXI, las formas, las formas culturales pre-modernas, creadas a partir de una técnica seria, inspirada en la necesidad de superar la escasez absoluta, siguen imponiendo su propia constitución arcaica a la nueva técnica, que es una técnica predispuesta ya a la abundancia, una técnica lúdica: las formas creadas en y para la era del homo homini lupus siguen dominando en una situación en la que el ser humano podría ser al fin un homini amicus.

 

Mutilados

Las formas culturales pre-modernas, inspiradas en la necesidad de superar la escasez absoluta, siguen imponiendo su propia constitución arcaica a la nueva técnica, predispuesta ya a la abundancia.

En enero de 1945, en el momento de su liberación por el Ejército Rojo, muchos sobrevivientes de Auschwitz experimentaron —cuenta Primo Levi—, junto al regocijo que se supone corresponde a un momento así, “un doloroso sentimiento de vergüenza y de culpa”. “Sufrían “por la conciencia recobrada de haber sido envilecidos”, de haber sufrido sin resistencia posible la ofensa peor que los nazis pudieron hacerles; de haber compartido la condición monstruosa de los sommersi, los hundidos, los “muselmänner”, “los seres humanos privados de su humanidad”. “Les hommes, où sont-ils?, je ne vois que de monstres”, decía Paul Nizan, y se refería al destino profundo que hace de los seres humanos atrapados en la modernidad capitalista una masa de “sommersi”.

Suddenly, one sommer, la naturaleza, como hubiera dicho Adorno, tomó venganza. Sebastian, señor de su cuerpo, astuto y refinado administrador de aquella porción del inefable caos de las pulsiones a la que le está permitido convertirse en goce, experimentó en carne propia la verdad de la “teoría de la catástrofe”. Acosó, acorraló, hostigó en tal medida el cuerpo sometido de los niños nativos; a tal punto hizo de éstos simples instrumentos de su rancia lujuria, que, de repente, brotada de lo impredecible, la furia de los acosados lo despedazó.

 

Ni contigo ni sin ti

Las humanidades cultivan las formas lúdicas, festivas, artísticas y literarias del pasado; y prefieren las mejores de ellas, las que manifiestan con mayor fuerza y universalidad el conflicto interno de esas formas consigo mismas, como entidades en las que lo natural está siendo forzado permanentemente a ir más allá de sí mismo, a transnaturalizarse. Al cuidar esas formas, al mantenerlas y perfeccionarlas, las humanidades, que por sí mismas son críticas y autocríticas, colaboran sin embargo, sin proponérselo, en la reproducción de otras formas del pasado, las formas económicas, sociales y políticas, que, apoderadas de la vida práctica, ahogan las posibilidades de abundancia y emancipación que la revolución técnica posneolítica abrió hace ya un milenio para la modernidad del mundo.

  Este es dilema  profundo que tortura a las humanidades a la vuelta del milenio: ser fieles a los mejores signos de vida del pasado y no obstante colaborar al mismo tiempo con un sistema que niega  lo que hay de más vivo en el presente o, por el contrario, sumarse a la aventura del “hombre nuevo” y su pretensión de inventar nuevas formas, colaborando  al mismo tiempo en la destrucción de las formas del pasado —sin las cuales, como las humanidades lo saben, las nuevas no pueden ser más que un tosco balbuceo—.

 

REFERENCIAS


^ * Bolívar Echeverría, "Ziranda. Teratológica" en Revista de la Universidad de México, Núm. 630-631, diciembre 2003 - enero 2004, pp. 79-80. Publicado en este sitio web bajo una licencia Creative Commons 2.5: Atribución—NoComercial—SinDerivadas.

^ ** Filósofo. Premio Universidad Nacional.

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